Notas de Greta

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Nota 2:

Mentiría si dijese que mi regalo de cumpleaños de este año no me emociona, una puerta de libertad se había abierto ante mi y, para mi sorpresa, fue abierta por mis padres; pues ellos eran los que me habían dado este hermoso regalo.

Un auto.

Al fin tenía un auto a mis 18 años.

Tardé algunas semanas en lograr conseguir el permiso para poder ser capaz de salir sola sin necesidad de que alguno de mis padres me acompañase, ellos no estaban muy convencidos con la idea, pero no me dejé detener por sus estrategias, sabía perfectamente que me intentaban asustar con diversos escenarios catastróficos: podría chocar, atropellar o incluso hacerme daño a mi misma con algún descuido. Consciente de esto seguí con los trámites y logré convencerlos cuando necesité su firma para dar por concluido el proceso.

La música que sonaba en la radio se vio interrumpida por la llamada que interceptó la señal, mientras identificaba quién llamaba logré ver que era mamá la que llamaba.

—Hola mamá—saludé en cuanto acepté contestar la llamada en la mini pantalla que se encontraba en el panel del auto.

—¿Cómo vas, cariño? ¿Ya vienes a casa?

Suspiré, una mentira más sería agregada a la lista de esta semana, ¿Cuántas llevaba? Ya había perdido la cuenta.

—Aún no, creo que comeré con Melissa y después iré por algunos libros que me hacen falta para la escuela, ¿estaré en casa antes de las 10pm, okey?

Recuerdo la primera vez que tuve que mentirle a mamá y mi voz prácticamente se quebraba, no sé cómo no lo descubrió, pero a partir de ahí mentir fue cada vez más fácil. Y es que no, no voy a comer con Melissa -que ni siquiera existe- y tampoco iré a comprar libros.

Ups.

—Está bien, conduce con cuidado por favor.

—Sabes que sí, te amo, nos vemos en un rato.

Y con eso se di por terminada la llamada.

Viendo la hora en mi reloj sonreí sabiendo que estaba a tiempo, así que podía conducir con calma y disfrutar como los paisajes cercanos a la costa cada vez se iban despejando de la nieve mientras avanzábamos en el mes de marzo.

Las calles solitarias de esta parte de la ciudad podían confundir fácilmente, como la primera vez que vine aquí tardé al menos un par de horas en encontrar la dirección que buscaba. Con un paisaje boscoso había casa repartidas casi con una separación de casi 1 kilometro entre cada una y es que claro, por el gran tamaño de las construcciones si los vecinos querían privacidad era lógica la distancia tan grande.

Algo curioso de esta zona es que la calle principal que hace que los vecinos puedan llegar a sus respectivas casas es cerrada, es decir, cuando llega a la ultima casa del vecindario no hay salida más que la entrada general: la entrada es la salida literalmente. Yo me dirigía a la pequeña casa al final de la calle, estando a pocos minutos de llegar las mariposas comenzaban a alocarse en mi estómago, revisándome varias veces en el espejo retrovisor asegurando que mi aspecto fuera el adecuado.

Los nervios eran los mismos como cuando vine por primera vez.

Y al fin de entre los arboles enfoqué una casa blanca de un piso, amplia en su entrada y decorada con un jardín bien cuidado. Siendo la numero 22S de la calle, aparqué en su entrada, mientras tomaba mi celular para escribir un mensaje.

"Llegué, ¿vienes por mí?"

Comencé a acomodar todo lo que necesitaría en mi bolso esperando a que mi mensaje fuera contestado. Al meter mi paquete de acuarelas y pinceles sentí un dolor en el estomago repentino, tomé un sorbo de mi termo con agua tibia tratando de disipar la sensación y ahí fue cuando mi celular vibró ante el mensaje que acababa de llegar.

Días de Sol©️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora