04 | La habitación de Cameron

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Leila

Observo el top blanco con tirantes al cuello que llevo puesto, al igual que los vaqueros cortos de tiro bajo que cuelgan de mis caderas. Inevitablemente me siento fuera de lugar. Con nerviosismo hago rodar entre mis dedos el collar dorado que siempre llevo conmigo y que tiene la inicial de mi nombre colgando. Mamá me lo regaló hace unos meses por mi cumpleaños y desde entonces no me lo he quitado.

El segurata, a punto de echarme para atrás cuando he querido entrar, solo ha necesitado escuchar el nombre Cameron Walker, para cambiar el gesto y dejarme pasar.

Me quedo unos segundos quieta en la entrada, mordiéndome el labio y dudando. Alguna que otra mirada curiosa se cruza con la mía pero decido ignorar todas y cada una de ellas. Alzo la barbilla con la esperanza de transmitir un seguridad que me avisa con hacerse añicos si llego a exprimirla un poco más. La música suena fuerte, reverberando en cada esquina, y me cuesta no seguir el ritmo de cada canción que suena por los altavoces. Cuando entorno los ojos y me tomo un momento para apreciar bien el local en el que entrado, me doy cuenta al instante de que ya he estado aquí antes.

La puerta de la entrada tiene unas luces neón a su alrededor que hace a mi cuerpo cambiar de un rosa chillón a un azul eléctrico. Hay varias personas a mi alrededor que entran y salen constantemente por lo que decido que moverme de aquí es la mejor opción. Al hacerlo, me choco con el hombro de un chico que parece hecho de acero por lo que no habré conseguido moverlo ni un mísero centímetro.

Al acercarme a la barra me doy cuenta de que también tiene por debajo luces y me pregunto si todas las personas que hay aquí siguen sabiendo diferenciar la realidad del mundo lleno de euforia en el que están sumidos mientras bailan en la pista.

Antes de que mi pensamiento se pueda alargar, mi espalda, que se encuentra al descubierto excepto por las tiras que unen mi top para mantenerlo sujeto, se choca con la de otra persona. Al instante reconozco su aroma, que se cuela con disimulo en mis fosas nasales.

—Cameron —digo, lo suficientemente alto y claro como para que sea capaz de identificar la burla en mi voz. Giro sobre mis talones encontrándome al instante con su cuerpo. Alzo la barbilla para poder mirarlo bien a los ojos, que se funden con las luces que hay a nuestro alrededor—. Que sorpresa encontrarte por aquí, ¿no crees?

Su mirada se pierde durante unos segundos en mi cuerpo, que intenta no parecer intimidado por su cercanía. Retrocedo inconscientemente hasta quedarme con la espalda pegada a una columna y agradezco que él no de a su vez un paso hacia delante.

—¿Qué cojones haces aquí, Leila?

Nuestros ojos conectan en medio de la oscuridad efímera que envuelve el local cada pocos segundos, y que se desvanece de la misma forma que mi sonrisa sarcástica.

—Veo que ya te has aprendido mi nombre —comento, y eso consigue que se arrepienta al instante de sus palabras, lo noto por la forma en la que arruga la nariz—. Además, ¿no debería preguntarte yo lo mismo?

Aprieta la mandíbula y yo observo cada uno de sus movimientos curiosa, deseando escuchar la excusa barata que me va a poner con tal de deshacerse de mí. Uso una de mis manos para hacerle a un lado cuando veo que no contesta y me doy cuenta de que mi tiempo es demasiado valioso como para perderlo con él.

Me acerco a la parte de la barra que tengo más cerca y con la mirada busco un taburete libre en el que sentarme. Cameron me sigue por detrás y no puedo reprimir la sonrisa divertida que aparece sobre mis labios cuando le observo de reojo. Alzo las cejas sorprendida por su empeño cuando veo cómo se queda de pie frente a mí, sin intenciones de irse hasta que sea yo quien responda a su pregunta.

Efectos ColateralesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora