03 | Estructura perfecta

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Cameron

El sonido que hace la puerta al cerrarse me retumba en los oídos. Cierro los ojos con los pies clavados en el suelo, dándome cuenta al instante de lo imbécil que estoy siendo al comportarme así.

Apoyo la cabeza contra la puerta, desde la que se escucha muy ligeramente el ruido de dentro. Aprieto la mandíbula, quieto, intentando recuperar el aire que de repente parece faltarme. Odio con todas mis fuerzas esa palabra y odio aún más a Leila Cooper por usarla contra mí en un gesto de burla. Ella no tiene ni idea de como soy verdaderamente. Ni ella ni nadie.

Rodeo con paso acelerado la casa hasta llegar al patio trasero. Con un rápido vistazo me asomo por las cristaleras para observar el interior, pero desde fuera solamente se ven las luces de la cocina reflejadas sobre el suelo.

Sin hacer ruido y solamente con la iluminación ambiente que hay alrededor del patio me dirijo hasta la piscina. De un movimiento rápido me quito la camiseta y me enfundo el primer bañador que encuentro seco. Enciendo la luz de la piscina que deja a la vista su pulcritud y me acerco al extremo contrario, el más hondo y desde el cual me tiro de cabeza. El agua cristalina y ligeramente fría hace al instante contacto con mi piel.

Meto la cabeza y nado hacia la zona más somera sintiendo mis pulmones arder por la presión. Vuelvo a hacerlo, durante tantas veces que llego a perder la cuenta. Siento la pesadez en el pecho, las extremidades entumecidas y los dedos arrugados por la humedad. Uso ambas manos para echarme hacia atrás el pelo y que así deje de gotearme en los ojos. A su misma vez me restriego la cara con rabia, intentando quitarme de encima la angustia que me recorre las venas. Con fuerza apoyo los brazos en el bordillo y me impulso para salir de la piscina. La brisa cálida, típica de una noche de verano, me pone la piel de gallina cuando impacta contra mi cuerpo empapado.

Suelto un par de maldiciones en voz baja, secándome con rapidez, pero también sintiendo como el frío comienza a calarse en mis huesos. Una sonrisa amarga me recorre los labios mientras me paso la toalla por el cuello y me acerco a la hamaca en la que he dejado mis cosas.

¿Qué te crees que pensará papá sobre esto?

La pregunta me da vueltas por la cabeza, incesante, permanente, de la misma forma que un carrusel gira sin parar en la feria.

No todos somos tan adinerados y perfectos como tú.

Intento arrancarme las sensaciones del pecho y liberar a mi cabeza de frustraciones presionando la toalla contra ella.

Me vuelvo a poner la ropa que tenía antes y al terminar dirijo mi vista hacia la cancha de baloncesto ligeramente iluminada que se encarga de absorber mis problemas. Le hecho también un vistazo a la cesta en la que están todas mis pelotas. Niego levemente con la cabeza porque no es el momento, y subo los tres escalones que separan la piscina del jardín para dirigirme de nuevo hacia la casa.

A través de los cristales que conectan con el salón observo a Leila dirigirse al sofá con un plato de tortitas, mientras que Cassie la mira con una sonrisa enorme. Ambas se complementan sin problema, y aunque para mí sea un inconveniente enorme que ella trabaje aquí, sé que a Cassie la ha cautivado desde el primer momento.

Están mejor sin ti.

Mi hermana agarra el mando y se las ingenia para buscar su película favorita. Leila, mientras tanto, echa una tortita en cada plato y comienza a decorarlas cuidadosamente con la nata, el chocolate y las fresas que ha debido sacar del frigorífico.

No te necesitan. Sabes que no.

Un rato después ambas están comiendo. Cassie tiene la mirada puesta en la televisión, porque a pesar de haber visto esa película cientos de veces no parece cansarse nunca de ella. Leila escucha sus comentarios, divertida al ver su entusiasmo, y cuando en un momento dado recorre con la mirada la zona en la que yo me encuentro, me arrimo hacia la pared más cercana y pego la espalda contra la fachada de la casa.

Efectos ColateralesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora