Interludio Parte 2: Ruta de escape

6 0 0
                                    

Dae estaba furioso consigo mismo, con sus compañeros de huida y con el mundo en general.

La pandilla improvisada que habían formado apenas pudo escapar de donde se encontraban sin que ninguno muriera.

Habían sido acorralados en varias oportunidades en distintos lugares y en cada uno de ellos todos sintieron que las esperanzas se acababan; sin embargo, nunca se rindieron, bastaba que uno de ellos luchara para que el resto lo siguiera.

Su grupo no era como el de todos los demás que tenía civiles en medio para luchar, no. Ellos eran cadetes con entrenamiento y cada uno tenía una habilidad específica en la que eran los mejores y por las cuales se mantenían con vida. Sin embargo, cuando estuvieron a punto de salir del centro de Seúl hacia el tren que los llevaría lejos del desastre escucharon las sirenas, los golpes y los gritos de ayuda que los hicieron cambiar de dirección.

Ninguno de ellos tenía expectativas de lo que encontraría, pero el hecho de ver a cientos de estudiantes rodeados por patrullas en un instituto les chocó, porque en aquellos adolescentes podían verse a sí mismos, la misma situación, no hace mucho tiempo atrás.

La ira y el sentimiento de venganza se apoderó de sus cuerpos, por lo que, armaron mini bombas con las pocas cosas que tenían y crearon una distracción que les dió el tiempo suficiente para que uno a uno fueran eliminando a los  guardias que amenazaban a los chicos en ese lugar.

Eran doce contra casi treinta policías, los números estaban en contra, pero ellos batallarían hasta el final, además no eran los únicos luchando en una situación desfavorecedora.

En el otro extremo del mundo Irma estaba en una situación similar mientras cambiaba la ruta de escape que anteriormente habían planeado y todo debido a las dos camionetas que los perseguían en medio de la nada.

—Irma —llamó Manuel a su hermana que estaba a su lado abrazándolo mientras André conducía— Irma...

—Estaremos bien. Estaremos bien —repitió para el menor mientras miraba a su amigo por el espejo retrovisor dándole un asentimiento aunque en su mirada se notara la verdad.

Ellos sabían que era casi imposible salir de esa, pero debían intentarlo.

André apenas tuvo tiempo de esquivar el choque con una las camionetas que los estaba cercando antes de que la otra lo golpeará asustando más al hermano de Irma.

—Detendré el auto —les avisó antes de acelerar a máxima potencia—. Sujétese fuerte —pidió mientras frenaba el auto de improviso causando que el carro que iba detrás de ellos chocara con fuerza contra ellos y se desviara de la carretera.

Su propio vehículo dio varios giros, que de no ser por André hubieran dado vueltas de campana siendo carnada fácil para los de la última camioneta que los perseguía; sin embargo, eso no significaba que pudieran escapar fácilmente. Algo que quedó dolorosamente claro cuando tomaron a Irma sacándola de auto alejándola de su hermano y André que miraban con impotencia la situación.

Impotencia. Esa incapacidad que se vivía en cada esquina del mundo y no era una exageración, era una realidad.

Cada lágrima que caía en el piso, cada gota de sangre, cada uno de los cuerpos que eran observados por aquellos que tenían la fortuna de escapar mientras veían a los que querían morir, eran la prueba de ello, pero no todos la sentían a causa de eso, no.

Liliana lo sabía mejor que nadie mientras corría con su mejor amigo, Ángel, y otros más hacia la Sierra de su país.

La historia militar apoyaba la teoría de que podían esconderse entre los riscos, cerros y montañas para lograr escapar de aquellos que los perseguían; sin embargo, lo primero que tenían que hacer era salir de la ciudad, una que estaba siendo fuertemente vigilada y que les impedía moverse, pero más que ello, que iba atándolos de manos a cada paso.

Varios de ellos vieron como algunos se quedaban atrás siendo sacrificados por quiénes los guiaban para que pudieran escapar, y dolía. Dolía saber que cada respiro que daban era gracias a la muerte de alguien que no conocían y que murió, sabiéndolo o no, por ellos.

—No puedo más —murmuró Liliana viendo a su alrededor.

Un grupo de cincuenta había sido reducido a poco más de treinta y al paso que iba no estaba segura de cuantos llegarían a su destino.

—No puedo más...

—Tienes que aguantar. No te voy a dejar aquí.

Ángel estaría loco si dejará atrás a la única persona que le quedaba de su vida pasada. Sus padres habían dado y hecho de todo para que pudiera escapar del centro de su ciudad dónde vivían y ahora estaban en los alrededores de camino al único lugar donde podrían ocultarse sin ser encontrados por un muy largo tiempo.

—Tienes que aguantar.

—No puedo dejar a nadie más atrás —Liliana no quería, ya no. Su conciencia estaba golpeándola con fuerza haciéndola hundirse cada vez más— Lo siento —le dijo a su amigo antes de regresar por el camino que habían hecho; sin embargo, el líder de su grupo la detuvo.

—No dejaré que te vayas.

—No te estoy pidiendo permiso —le respondió soltándose de su agarre mientras escuchaba los gritos de su mejor amigo pidiéndole que vuelva, pero ella no podía hacerlo.

«Ellas murieron por esto».

«Ellas murieron sin saber esta mierda, no puedo decepcionarlas siendo una cobarde y dejando que otros mueran», se dijo regresando por uno de los caminos ocultos y recogiendo armas que le ayudarían a salvar la vida de otras personas.

Tenía que salvar a los que pudiera para compensar el hecho de que no pudo salvar a sus hermanas mientras trataba de no morir en el intento, porque aún le quedaba una cuenta pendiente en ese mundo, encontrar al responsable que puso una bala en ellas.

Aquel sujeto que aún se encontraba libre y escalaba cada vez más en el proceso de ese homicidio mundial que estaban presenciando.

Aquel hombre que en algún momento juró servir y proteger a los que no podían era quién ordenaba la lluvia de balas que caía sobre miles de personas inocentes mientras que él caminaba altivo por los pasillos de la sede central de la ONU.

Cada paso, cada respiro, cada sonrisa orgullosa que estaba manchada con sangre llevó a aquel hombre a donde se encontraba en ese momento.

—Los líderes lo esperan —le aviso un guardia haciéndolo pasar al salón principal del consejo de la ONU donde todos los hombres y mujeres presentes lo miraban expectantes, esperando escuchar el plan que los llevaría a acabar con la plaga de una generación que llamaron de cristal.

Una generación que aún siendo destruida, separada por el miedo, unida por la supervivencia, egoísta por una oportunidad, estaba escapándose de sus manos siguiendo su propia ruta de escape hacia un lugar donde ellos jamás llegarían a dañarlos, aún si tenían que vivir en las sombras para lograrlo.

***

GENERACIÓN Z: La persecuciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora