La floristería del señor Tanaka

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Desde hace millones de años, las estrellas se han encargado de resguardar miles de historias, inmortalizando hazañas, derrotas, amores e incluso traiciones. Un hijo del dios lunar se enamoró de una joven, una de las posesiones más valiosas del sol. No obstante, los grandes contrastes del Universo también se encuentran en el amor.

Se enamoraron y a partir de ahí comenzaron a vivir desde la distancia una gran pasión. Juraron amarse de infinitas maneras posibles, abriéndose un mantra que, por fuerza de su unión prohibida, prometía desafiar a los dioses que no aprobaban su vínculo.

Su historia de amor podría considerarse trágica, pero cuando las promesas están grabadas en la esencia de los amantes, nunca mueren.

Solo busca el tiempo exacto para modificar lo imposible.

Scarlett arrojó una nota que le habían dejado pegada en la entrada. ¿Quién fue el poeta maniático que le escribió algo como eso? Se cuestionó. Su vida se convirtió en un caos desde el fatídico día en que decidió decir "hola" al mundo. Nada de lo que hacía le salía bien, ni siquiera coordinar su respiración con su forma de caminar.

El eslogan de chica extrovertida le pasó por encima de su cabeza. Para el mundo, Scarlett era la de los ojos rojos que veía cosas. Quitó la cortina de baño que usaba de puerta para su armario. Seleccionó su atuendo habitual, no era que tuviera muchas de las cuales escoger: tres jeans desgastados, algunas sudaderas de diferentes colores, algo cuestionable de utilizar debido al lugar donde vivía y unos pares de tenis. Por último, el toque imprescindible de los que no podía salir a la calle sin llamar la atención era sus gafas oscuras de una marca china, desconocida, pero prestigiosa para los tacaños como ella.

Scarlett era muy consciente de que llamaría la atención, no sus elecciones de vestimenta, pero nada de todo aquello le preocupó. O tal vez sí, pero podía sobrellevarlo.

Como salía más temprano de lo usual, se armó de valor para bajar las escaleras que la conducirían al negocio de empeños de su abuela Leticia, un condominio peleado por más tiempo que la Guerra de las Rosas contra todas los descendientes del cuento de Hamelín, lo único desventajoso fue que su familia no heredó la flauta. Con el tiempo llegaron a un acuerdo amistoso: por las mañanas las ratas no se dejaban ver, tal vez una por error cuando se jalaba una caja algo normal para un establecimiento tan viejo. Solo se hacían notar al cerrar el negocio. Y, por lo menos, no subían a los otros pisos donde podían encontrar sin ningún problema comida o si querían matarlos de leptospirosis.

Con la ayuda de un cucharón y una hoya, comenzó a hacer un ruido brusco para ahuyentar a los roedores mientras corría a toda prisa. Ni siquiera supo cómo abrió la puerta principal y la de varilla enrollable. Dejó sus herramientas de supervivencia con la esperanza de que no fueran robadas por alguien que tuviera la desfachatez de venderlas en su propio negocio.

Scarlett disfrutaba mucho del sol. Con solo ver al astro rey, la serotonina, la llamada "hormona de la felicidad" se le activaba, aunque con el transcurso su buena actitud se fuera por el retrete.

Hoy quería comprarle unos girasoles a una de las pacientes del asilo donde trabajaba de medio tiempo. La señora Tasya de origen ruso y bastante huraña le caía bien. Como estudiante de Botánica, Scarlett conocía el efecto positivo que tenían las flores en el ánimo de algunas personas en estado terminal. Para ella, la vida estaba compuesta de muchos colores, algunos vivos y otros apagados que guardaban una relación intrínseca con las emociones. Y ver a una persona feliz mientras ella se hundía en la miseria le reconfortaba un poco.

Sacó su reproductor de música y puso a todo volumen la canción Best day of my life de American Authors y mientras tarareaba pensó que el amarillo es un color asociado a la energía y a la felicidad le gustaría a la señora Tasya solo esperaba que no le lanzara a la cabeza como hizo con otros regalos que le había obsequiado.

Mi chico DōpuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora