Una suave melodía la asombra, los fantasmas han de haber despertado.
El sonido del piano es lo único que retumba en aquella desolada mansión, donde solía vivir una pareja llena de pasión.
Los años pasaron y el corazón de aquella joven nunca se llenó. Los años pasaron y su amor nunca revivió.
La muerte es el inicio del fin, es una burla a la vida, y a todos los aspectos de esta misma. Es una expresión de insatisfacción y tranquilidad. El fallecimiento es aquello que une los antónimos con sinónimos, y da vida a la muerte. Es aquel que deja un hoyo en el alma de un ser, mientras que come en carne el alma de otro.
Dicen que el luto es sólo una etapa, un proceso de naturaleza, pero ¿es verdad que el dolor de la pérdida se supera? ¿es verdad que aquella abolladura en el espíritu se repara?
La sangre que por sus venas entraba, y bombeaba su enamorado corazón, se volvió oscura con el tiempo, se volvió vacía y sin emoción.
El sentimiento de querer a alguien como si fuese el último día acabó cuando en verdad fue el último día que pudo amarlo, el último día que pudo apreciarlo.
Aquel piano permanecía en el salón principal, aquel que alguna vez fue tocado por sus finos dedos, y sus suaves melodías traían calidez al hogar.
Aquel empolvado piano sonaba, esta vez, tocando la composición más hermosa que jamás había escuchado. Aquel objeto inanimado, esta vez la llamaba a gritos, y con desesperación, la llevaba de vuelta a donde pertenecía.
Posicionó sus delicados pies sobre la fría baldosa, y caminó hacia aquella sala.
Sintió un escalofrío entre sus entrañas, y una suave brisa movió sus cabellos en una dulce danza.
Se sentó a un costado del pequeño banquito, e hizo su mayor esfuerzo para replicar aquella música.
Sus ojos se iluminaron por la figura que a su lado apareció, mientras rodeaba su mano, tal y como recordó.
Su amado había vuelto, no sólo había vuelto a su antiguo piano, había vuelto a ella, a todo lo que ella significaba. Había vuelto a amar, aunque su corazón no latiera nunca más.
Sus corazones nunca sanaron, sin importar la vida o muerte de estos, o la sangre que faltara o sobrara, los corazones rotos permanecen en un alma rota, y un alma rota permanece en un corazón roto.
Sus finos labios sonrieron, y llorando de alegría intentaron besar aquella figura conocida, pero al chocar su piel con la de su inexistente ser, aquella ilusión de desvaneció como aquel día que su mundo cayó.
Sus lágrimas ahora eran agrias y llenas de dolor, todo volvía a donde comenzó, todo dolía como el día en que él la dejó.
Lentamente y secando su lamento, volvió a su habitación, y a la luz de la luna durmió, suplicando entre sollozos el no tener sangre en sus venas nunca más, el no tener un alma a quien llenar, para poder así, volver a encontrar a quien en algún momento decidió amar.
Y aunque él desde su lugar rogaba por cumplir su deseo y tenerla de vuelta, la muerte es una carta inexplicable, la muerte es una ficha encarcelada, sin capacidad de manejar.
La muerte no habla, no avisa, no llama. La muerte te atrapa, te daña y te convierte en un simple recuerdo que se extraña.
Y por más que ambos amados habrían dado todo, alma y espíritu, o vida y sangre, sus más puros deseos se quedarían en añoradas esperanzas, porque los corazones rotos permanecen en un alma rota, y un alma rota permanece en un corazón roto.
Los fantasmas que sin vida quedaron el algún momento, regresarían a donde fueron felices, regresarían a recordar cuando en verdad tenían vida.
Porque los muertos pertenecen a los vivos, y los vivos pertenecen a los muertos.