26. Una orden cruel

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—La fortaleza del creador es tener la certeza de que no existen imposibles. Mientras más fuerte sea la duda, más débil será la creación, y más fácil serás de doblegar.

—Ya.

—Entiendes a qué me refiero ¿verdad?

—Claro, no debo dejarme intimidar —reiteré agitando la mano en el aire. Ovack arrugó tenuemente el entrecejo ante mi aparente falta de seriedad.

—Entonces, atácame.

Más fácil decirlo que hacerlo.

Ambos flotábamos sobre bases vidriosas a varios metros de la superficie de lo que suponía debía ser un punto perdido del océano Atlántico. O tal vez el Pacífico. No tenía plena certeza de en qué parte del mundo nos encontrábamos. El viento azotaba mis cabellos sin tregua y la idea de caerme en cualquier momento al mar me preocupaba. Sin embargo, Ovack opinaba que esas distracciones eran positivas, pues en una batalla real entre creadores, no sucedía seguido que ambas partes se pusieran de acuerdo para elegir el escenario más cómodo.

Habíamos iniciado con el entrenamiento verdadero, lo que sería un combate. Había estado un tanto ansiosa ante esto, no sabía si es que estaría a la altura de ese nivel de instrucción. Pero era evidente que Ovack no compartía esa preocupación.

Realmente no había esperado que él fuera un caballero y que se negara a atacar a una chica. O tal vez no me veía como a una chica. La consideración más notoria que tuvo hacia mí fue dejarme lanzar el primer ataque, pero luego de eso... digamos que si hubiera sido un combate real, yo hubiera perdido. Él no tenía contemplaciones cuando se trataba de un enfrentamiento. Era simplemente brutal. Acabó en menos de medio minuto, conmigo encerrada en una esfera de un material sólido, soportando los embates consecutivos de él.

—Si haces eso, estás perdida —comentó—. La defensa es siempre algo temporal. No puedes reducirte a eso, sería mejor que te rindieras. La mejor defensa es un buen ataque.

—Ya.

—No dudes. Sólo ataca sin miramientos.

—Pero... no quisiera hacerte daño.

Ante esto él soltó una repentina carcajada, como si hubiera escuchado lo más chistoso del mundo. Pero luego se recompuso casi al instante, y trató de disimular ese exabrupto. Pero el daño estaba hecho, yo lo miré con una mueca, ofendida.

Sin embargo, aquella confianza que él se tenía a sí mismo estaba justificada. Cuando traté de arremeter con una avalancha de creaciones, el condenado de Ovack las evadió en el aire con una presteza casi líquida, y las que no podía evitar, las neutralizaba con creaciones propias. Parecía que levitar en las alturas era uno de sus fuertes; nunca había estado en primera fila para ser espectadora del despliegue crudo de sus habilidades y debía admitir que era algo sorprendente de ver.

Era difícil de percibir dado que él no era muy expresivo, pero pude darme cuenta que estas prácticas lo divertían. Y en el mismo grado que a él le entretenían, a mí me extenuaban. Terminaba cada clase sudando y con una sensación de ligereza y entumecimiento en todo el cuerpo.

Había sucedido que no soporté el ritmo de las susodichas clases sin una buena dosis de comida y había acudido a mí la salomónica e ingeniosa idea de proponerme a mí misma como cocinera.

Incluso yo me sorprendí con aquel ofrecimiento, pero si lo hice fue porque, primero, me moría de hambre, y segundo, sabía que al final él no se negaría. Al principio estuvo un poco reacio, probablemente porque era una perfecta evocación a su comportamiento errático de la vez pasada. Pero a mí no me engañaba su expresión impertérrita, sabía muy bien que estaba deseoso de aceptar porque llevaba "años comiendo porquerías." Y así, habíamos terminado almorzando juntos los días previos al encuentro entre las divisiones.

Plenilunio (versión borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora