40. La nueva encomienda

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Por unos segundos pensé que era el famoso túnel que todos ven al final. Había aparecido sin el estrépito que esperaba, y de forma extraña, eso me produjo una sensación de reminiscencia. Eso mismo había imaginado la primera vez que había atravesado el portal hacia la Noche Eterna.

Parecían años desde que había sucedido eso.

Me sentí flotar en la nada, no había ni frío ni calor. Era como estar suspendida en el espacio, en el silencio. Tal vez los niños se sentían de la misma forma dentro del vientre de sus madres. Tal vez me había golpeado bien fuerte en la cabeza y estaba imaginando todo.

Tal vez había fallado.

Tal vez...

La luz se intensificó, expulsó la oscuridad que me rodeaba y todo se volvió blanco, como si ingresara dentro de una habitación radiante. Y supe al instante que no estaba sola.

—Se suponía que debías guiarme.

Escuché de pronto una tenue voz juvenil, una familiar.

—Pensé que podía contar contigo, que cumplir mi deber no sería algo tan...

Era la voz de Ovack, de cuando era un niño, era un eco lejano pero nítido.

—Desolador.

En la blancura de ese espacio, supe entonces que no estaba en un lugar en realidad. Sino en un plano distinto. Y lo que estaba escuchando, era algo que debía saber para poder entender lo que sucedería a continuación.

Pero estoy aquí.

Dijo la inconfundible voz que había escuchado en el portal dorado. Entendí entonces qué estaba aconteciendo.

Siempre estuve aquí.

De pronto, como si una cortina blanca se hubiera corrido en ese espacio irreal, Ovack apareció a mi lado. Sus ropajes blancos parecieron brillar con la luz de nos rodeaba. Parecía tan sorprendido como yo por encontrarnos de pronto extraídos de nuestra lucha. Los dos nos miramos por un largo tiempo, estáticos y pasmados, como si no supiéramos qué hacer, qué decir, cómo reaccionar. La ira que había desbordado sus ojos había sido reemplazada por confusión.

Estoy aquí.

Él y yo viramos nuestro rostro en dirección a la fuente de esas palabras. Pero el sonido parecía venir de todas partes. Como si estuviéramos dentro de quien las pronunciaba. Una voz que sonaba a bienvenida y a claridad.

Enfoqué entonces mi atención en Ovack, él de pronto entonces volvió su vista hacia mí con un sobresalto y por primera vez desde que lo conocí, lucía asustado. Temeroso ante algo que yo no podía ver.

¿Por qué? ¿Por qué esa voz no se reveló ante él como lo acababa de hacer ahora?

Porque no podía. Me dije a mí misma, y supe que estaba en lo correcto. No podía porque necesitaba una prueba.

—Ovack... —musité, pero a mi mente no venían las palabras que pudiera decirle.

Mi príncipe, te has alejado de mí, y me has rehuido por mucho tiempo.

No había reclamo en la voz. Era difícil definir qué contenía. Parecía resguardar suavidad y a la vez severidad, pero también había un hálito de algo casi indistinguible. Esperanza.

Sin embargo, Ovack parecía incapaz de poder apreciar toda esa variedad. Negó con la cabeza ante el vacío, como si no diera crédito a lo que sucedía, o como si no quisiera creerlo. Me dio la espalda y dio unos pasos para alejarse de mí, para buscar a la fuente de esas palabras. Pero luego se quedó estático, como si esperara algo. O como si asimilara lo que estaba ocurriendo.

Plenilunio (versión borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora