4. R5T12

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—Hola, pequeña Dala. —Me sonrió un tipo de cabellos marrones cortos y apariencia apacible cuando atravesé el umbral de luz. —Te han dejado tarea.

Me señaló una mesa de metal que tenía una serie de papeles y un lapicero.

Toda aquella oficina parecía diseñada por alguien con una debilidad por las clínicas, lo blanco y lo minimalista. En el vestíbulo estaban sentados los tres compañeros de Leo que siempre se mantenían en bajo perfil. El escritorio que estaba en la parte más distante de la sala ya no cargaba con las toneladas de papeles que había visto el otro día, sino que lucía más ordenado y pulcro. Y no había nadie sentado allí.

—No te preocupes, Leo no está. Lo mandaron a llamar —comentó el otro sujeto de cabellos negros puntiagudos, desparramado en el sillón blanco—. A lo mejor lo despiden.

—No lo creo, él lleva trabajando aquí más años que todos nosotros —acotó la joven bonita que estaba a su costado ojeando una revista.

Ninguno de ellos antes me había dirigido la palabra de manera tan ligera y fluida. Parecía como si estuviera en el salón de clases en el momento en que el profesor nos dejaba sin supervisión.

Entonces se presentaron respectivamente como Aluz, Sétian y Ulina. Nombres algo raros, pero no fui tan descortés como para señalárselos. Ellos por el contrario, parecían al fin liberados para poder satisfacer su curiosidad conmigo.

—Es como si te hubieras sacado la lotería pero de la mala suerte —opinó Sétian.

—Pero dentro de todo, tuviste suerte de que te encontráramos nosotros —agregó Ulina con una sonrisa.

—¿Por qué? —pregunté distraídamente mientras completaba los datos de información personal en las hojas de papel. Los había empezado a llenar desde la última vez que había estado en la oficina.

—Pudiste haberte topado con otras divisiones.

—¿Cuántas divisiones hay?

—Hay muchas —explicó ella. Parecía que estaba contenta de poder soltarme información. —Nosotros somos la división R5T12, y éramos los que estábamos asignados para esa zona esa noche.

—¿Para qué?

—Nos habían encargado una misión. ¿Sabes? Es difícil obtener ese tipo de misiones. Muchas divisiones concursan para eso... —La verdad, no entendía nada de lo que decía pero la escuchaba con atención igualmente. —...Aunque no es la primera vez que usamos el portal en luna llena. Siempre hay algo de peligro y tenemos que asegurarnos de que todo salga bien...

—Y todo estaba saliendo bien hasta que apareciste tú...

—Eso no es bonito de decir, Sétian —le recriminó el que se llamaba Aluz y el aludido sólo se encogió de hombros.

Ellos me estaban dando la impresión de ser unas personas muy amables y era extraño estar hablando sobre ese tema tan extraordinario con tanta naturalidad. Entonces decidí aprovechar el momento para resolver mis dudas.

—Y... ¿saben hasta cuando debo estar sujeta al contrato?

Fue como si la pregunta enfriara un poco el ambiente que estaba bastante distendido. Los tres intercambiaron una mirada como si se dijeran algo entre sí en silencio.

—...El contrato no dice ninguna fecha —agregué para insistir.

—Eso tienes que hablarlo con Leo —respondió Ulina con un ademán de disculpa—. Él es el líder de esta división.

¿Con Leo? ¿Acaso era una maldición? Sacarle las respuestas a ese tipo era tan sencillo como ganar una maratón sin piernas. Sin querer hundí el lapicero en el papel en la pregunta de «Grupo sanguíneo al que pertenezco». Y no pude evitar soltar un bufido.

—No le tengas miedo, no es que él te odie sino que odia a todo el mundo —comentó Sétian agitando la mano en el aire.

—Él tiene un carácter... especial. Seguramente estará aclarándote los términos del contrato pronto —terció Ulina.

Aunque los dos hablaban despreocupadamente, ninguno de ellos se había atrevido a contrariar a Leo en los momentos en los que él había estado presente.

—Sus términos no deben ser mejores que los nuestros —soltó Sétian. Había un descontento disimulado en su voz, yo continué completando mi formulario pero lo escuchaba y noté que Aluz y Ulina lo miraron de reojo. —Todos aquí trabajamos gratis y arriesgamos nuestra vida mensualmente...

—¿Cómo es eso de que arriesgan sus vidas? —inquirí, perpleja y me abstuve de preguntar «¿Y por qué gratis?».

—Probablemente tengas que hacerlo tú también —agregó anecdóticamente—. Y todo para que a nuestro líder de división le puedan pagar más.

—Sétian, tú sabes que eso también nos beneficia a nosotros. No deberías quejarte —le recriminó Aluz nuevamente.

—No tanto como a...

Y en ese momento la puerta se abrió. Sétian no completó la frase y sacó los pies de la mesa al instante; los tres se enderezaron en sus asientos como si hubiesen recibido la orden de hacerlo.

Leo entró como una sombra siniestra en aquel espacio blanco y le echó un breve vistazo a los tres que estaban sentados con una rigidez militar. Era algo gracioso en cierto sentido, porque todos ellos eran mayores que Leo, pero parecía que la edad no era un criterio importante en ese lugar.

Entonces él viró su mirada hacia mí e instintivamente también me puse rígida. Su expresión era la de siempre: sin expresión.

—Entrégale tus datos a Ulina —murmuró con tranquilidad—. Sígueme.

—Pero aún no he terminado.

No me pasaba mucho que percibía que alguien de pronto estaba a punto de perder la paciencia conmigo. Era claro que a ese sujeto no le gustaba que no acataran sus órdenes de manera inmediata.

Me apresuré en correr el lapicero por las preguntas faltantes, aún sintiendo la quemazón de su fría mirada. Ulina se apuró en recibir mis papeles y salí trotando de aquella blanca oficina, tratando de seguirle el paso a la figura oscura de Leo.

—¿Adónde vamos? —Me animé a preguntar mientras seguía a la versión joven de El Padrino. Me pregunté también si lo que acababa de escuchar de Sétian era cierto.

—Vamos a resolver las estipulaciones de tu contrato —respondió con una gélida serenidad.

—O sea... ¿cuánto tiempo debo estar aquí?... Y también...

—Todo —interrumpió—. Pero antes debes cooperar en una pequeña prueba.

—Ajá...

Fue lo único que pude replicar. ¿Una pequeña prueba para tener todas las respuestas? ¡Por supuesto! Iba a ser todo lo cooperativa que no había sido jamás. Si todo ese embrollo se podía resolver con una simple prueba, el muy genio debió haber empezado por ahí.

Entonces nos adentramos por los blancos y relucientes pasillos.

Plenilunio (versión borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora