Si le dieran una moneda por todas las veces que pensó que tendría un romance adolescente, no tendría ninguna.
Algo triste, pero Izanami Koemi nunca se imaginó que su primer año de secundaria parecería una comedia romántica, que comenzó en la Clase 1...
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"No quiero amar a nadie más que a ti"
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"Quisiera que pudieras oírme decir lo mucho que te quiero, al menos una vez"
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La vida para Izanami Koemi tal vez no ha sido la más fácil, pero sin dudas ella lo ha conseguido afrontar todo exitosamente. El primer obstáculo que tuvo que enfrentar, aún actualmente, es el de su sordera. Aprender lenguaje de señas, luego a escribir y a leer, fue todo un proceso bastante largo en su infancia y que la hizo entrar un par de meses después a la escuela. Superar a algunos abusones fue otro reto más, chicos molestos que la empujaban a propósito en los pasillos o gritaban en su oído con audífono para aturdir la leve sensación de escucha que recibía.
Pero Koemi solo lo tomó como una bendición, pues si no la hubieran fastidiado durante dos meses de clases, no hubiera conocido a los gemelos Goenji, los únicos niños que se atrevieron a defenderla y que se volvieron sus pequeños caballeros de brillante armadura. Ritsu y Kiyama Goenji, un par de gemelos exactamente iguales que debían llevar el uniforme de una forma diferente para poder diferenciarlos entre ellos. Estudiaban en la misma aula de Koemi, solo que se sentaban hasta atrás del todo y casi no prestaban atención a clases.
Con los años, Koemi fue creciendo, y con ella, su pasión y amor por la pintura. Se volvió una muchacha capaz de admirar la belleza de lo que estaba a su alrededor, y de poder plasmarla en un lienzo, el don transmitir miles de emociones en una simple imagen se le fue regalado sin mirar hacia los lados. Su familia estaba feliz al ver a la joven que habían criado, una chica que se emocionaba por lo más mínimo, y "hallaba júbilo" solo por vivir.
Por otro lado, Tsukishima Kei, un muchacho que en su infancia había sido un niño alegre y feliz, cambió por completo luego de descubrir que su hermano no era un gran jugador de voley como siempre le decía, y que le había mentido todo ese tiempo. Se había vuelto apático, antipático, amargo como un limón y burlón con sus semejantes. A pesar de ello, su mejor amigo siempre estuvo ahí para él, Yamaguchi Tadashi, su leal compañero.
