un nosotros [Terminada]

𝒯ℯ𝓇𝒶𝓅𝒾𝒶𝓈

A veces es mejor respirar profundo y no decir nada.
Dana Torres.

Absorbí la dulce fragancia de Nick, cerré mis ojos disfrutando de ese momento. Ya habían pasado minutos y todavía permanecíamos abrazados. Su cuerpo era cálido y suave.

—Ya puedes soltarme —dije con una pequeña sonrisa en los labios. A los pocos segundos, sentí cómo Nick se separaba, dejando un vacío para ambos.

—¿Te sientes mejor? —preguntó, ayudándome a levantarme.

—Creo que sí.

Tomé mi mochila y la coloqué sobre mi hombro derecho, evitando la mirada de Nick y volviendo mi vista hacia la entrada.

No quiero estar aquí...

—¿Piensas irte? —adivinó.

—La verdad es que sí.

—Bien, solo espérame diez minutos y te llevo a casa —afirmó.

—Nick, puedo irme sola —comenté, apenada.

—Lo sé, pero en estos momentos lo dudo —terminó de hablar y me miró. Sus ojos negros lo pedían con tanta sinceridad que dudaba en aceptar su propuesta. Nick tenía razón; no podía irme sola y su idea no me desagradaba del todo. —Por favor, Mack, déjame llevarte aunque sea hoy —suplicó.

—Bien.

Esperé alrededor de quince minutos hasta que Nick apareció después de haberle dado mi respuesta. Me pidió que lo esperara en las bancas cerca de la entrada y luego se esfumó. No sé qué pendiente tenía, pero parecía cabreado cuando se fue. La espera terminó cuando visualicé a un pelinegro venir hacia mí. Nick parecía aliviado al verme, ya que cambió su cara seria e intimidante por una tranquila y relajada.

—Pensé que ya no estabas —comentó, cargando mi mochila por mí.

—Pensé en irme. Me dijiste que te tardarías diez minutos y, como te pasaste, comencé a desesperarme.

—Lo sé, solo que las cosas se complicaron un poco, pero al final obtuve lo que quería —chasqueó la lengua, pensativo.

Llegamos al estacionamiento de la escuela y nos detuvimos frente a una camioneta deportiva de color café oscuro.

—Bonito auto —comenté.

—Gracias, pero es una camioneta, como podrás darte cuenta —río al ver mi cara.

—Ya lo sé, Nick, y acabas de arruinar el momento —reí.

—Comienza a gustarme cómo suena mi nombre en tus labios.

Oh no, ese simple comentario fue suficiente para que me sonrojara como un tomate o más...

El silencio que se formó no era incómodo; se sentía bien para mi gusto.