Feliz año con un poco de retraso... Espero que disfrutéis mucho esto
Un par de meses después del anterior capítulo...
Raoul se mordisquea la uña del dedo pulgar, con la vista fija en la televisión. Las imágenes frente a él hacen daño, sabe que solo tendría que abrir la boca y pedirle a la pantalla que cambiara de canal, pero en realidad quiere seguir maltratándose, a falta de algo mejor que hacer.
Es noviembre, concretamente el día que hacen dos años desde que se dio el "sí quiero" con el amor de su vida. Es curioso, piensa, que la vida dé vueltas tan grandes como para que planes de hace unos meses ahora hayan sido completamente desbaratados por esta vida.
Vuelve a la realidad al escuchar un balbuceo, que amenaza con terminar en una caída estrepitosa. Se incorpora por inercia, preparado para sujetar al pequeño de la casa, pero acaba sobreponiéndose y continúa gateando. Sonríe y observa a Alfred, que se mueve despacio, pero sin pausa, hasta llegar a un agotado Goofy, que dormita tras un paseo extralargo con un Raoul demasiado enérgico hasta para él.
El animal bota en el sitio al sentir las diminutas manos del moreno sobre su pelaje. El pequeño comienza a acariciarlo a mano abierta, murmurando cosas sin sentido que un día se convertirán en palabras entendibles. Antes de que el perro bufe por tercera vez, el rubio agarra en brazos al bebé, que intenta sin mucho éxito retorcerse.
—Estás tú muy activo, ¿no? —Entrecierra los ojos.
Durante breves instantes, se sostienen la mirada, en tono claramente amenazante, pero Raoul termina la mini disputa silenciosa con una pedorreta sobre la mejilla rechoncha de su hijo. El niño ríe tan fuerte que Goofy les presta atención, intentando comprender qué es lo gracioso de ese sonido tan raro que ha hecho su padre.
» Venga, peque, conmigo, no puedes molestar al pobre Goofy, que te quiere mucho, pero tiene un límite.
Se sienta de nuevo en el sofá. En la tele, no parece que quieran terminar el tema de conversación, y se siente bastante frustrado, incluso aunque lo hablaran. Incluso cuando fue él quien le dijo que se fuera a París de todas formas.
Esboza un puchero, a la vez que Alfred agarra por impulso uno de sus dedos con su manita. Ahora es mucho más grande que cuando fue adoptado, pero le sigue poniendo el corazón calentito. Sí, puede que merezca la pena un poco haberse quedado en Madrid. Aunque sea por ellos.
—Papiiiii. —Su corazón se calienta de golpe, mientras busca con la mirada la aguda voz—. Tego pipí.
Flor lo contempla con el labio mordido y los ojitos entrecerrados y algo cristalizados. Aún no tiene dos años, le quedan algunos meses, pero se ha adaptado muy bien al país, y al idioma, principal preocupación al haber vivido con polacos hasta el último minuto. Bueno, tampoco es que hable demasiado, con la edad que tiene, pero ya pueden notar que su cabeza funciona a más velocidad que el resto.
—Mi niña, pues vamos. —Se incorpora de nuevo, con Alfred en brazos, y utiliza el brazo que no sujeta su cuerpecito para entrelazarlo con la manita de la mayor.
Echa una última mirada a la televisión. En ella, sigue el dichoso especial que le están haciendo a su marido. Tener acceso a canales internacionales nunca había dolido tanto, ni tampoco saber idiomas, porque entiende perfectamente las palabras del francés que está contando las mil maravillas de su marido en el concierto de esa tarde.
En París.
En su aniversario.
Como ya ha pensado antes, cada vez que ve las monerías de sus hijos, ya sea gateando o jugando, se olvida del disgusto. Lo que no quita que se le pase enseguida y vuelva a llorar en silencio porque todos sus planes han cambiado.