¿Alguna vez fuimos amigos?

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Había pasado una semana desde la visita de Touya a Francia, lo que significaba que ya eran casi tres desde que Geten permanecía completamente dormido. Durante esos días, Touya continuó leyendo las cartas; algunas de ellas eran sobre temas intrascendentes y parecían más una entrada de diario en la que Geten hablaba de lo que ha hecho en los días pasados, con algún toque de introspección. Otras eran mucho más íntimas y aún eran difíciles de leer, en especial porque Touya no lograba juntar la imagen que tenía de Geten con la que le mostraban sus escritos.

Después de leer durante todos esos días, Touya llegó a la conclusión de que el sueño de Geten tenía su origen en el cansancio. No había otra forma de expresarlo, en realidad. Eso era lo que expresaba en sus cartas, un cansancio sin precedentes que no tenía nada que ver con el cansancio físico o por la carga de trabajo. Era algo más fuerte, que tenía que ver con todo lo que las personas jamás entenderían. Touya lo hacía, en cierto modo. Para él también había días en los que el peso de los años lo ponía taciturno o nostálgico, y si bien él no sentía la necesidad de quedarse dormido, podía sentir empatía hacia Geten.

Si ese cansancio era síntoma de algo más, eso no lo tenía claro.

Cada que pensaba en ello se sentía extraño. ¿Qué curioso era, no? Sentir empatía por Geten. Lo había hecho antes, claro, en momentos cruciales. En momentos en los que los dos estaban tan rotos, que el dolor ajeno era más cercano al propio y no había forma de separarlo, momentos en los que entenderse mutuamente era una necesidad más que un lujo. Ahora, no obstante, era diferente. Era una empatía distinta, no por lo que Touya sentía también (y eso que no lo hacía del todo), sino simplemente porque entendía un poco más de aquella faceta de Geten que pocos podían ver.

Se preguntó cómo sería regresar al Touya que no comprendía a Geten cuando éste lograra despertar. Porque iba a hacerlo, de eso no tenía dudas: Geten iba a despertar.

•••

Una mañana de sábado, llegó a la dirección que conocía de memoria y llamó a la puerta. Le dio la espalda al umbral para observar un poco de los alrededores, aun sintiéndose extraño y ajeno a aquel sitio. Pasó un minuto o tal vez dos, antes de que la puerta se abriera para él. Touya volteó y se encontró de frente con Deku, quien sonrió al ver a Touya. No parecía sorprendido por la presencia de Touya, a lo que este prefirió no prestarle demasiada atención.

—Todoroki Touya.— dijo. —Buen día. Adelante.— agregó de inmediato y se hizo a un lado para dejarlo entrar sin comentar nada más.

—Buenos días.— respondió Touya entrando en la casa. —Buenos días, Uraraka.— agregó al ver a la joven, quien pasaba apurada de un salón a otro en ese momento.

—Ah, buenos días, señor Todoroki Touya.— respondió ella, con evidente sorpresa por el saludo recibido, antes de continuar con su camino y perderse por uno de los salones de la casa.

Touya se dirigió a Deku una vez más y aprovechó el momento para observarlo un poco mejor. Notó que no lucía tan fresco como en otras ocasiones; de hecho, el hombre tenía unas ojeras que Touya no recordaba haberle visto la última vez que visitó aquella casa. También lucía algo desaliñado. Quizá esa no era la palabra para describir el hecho de que no llevaba corbata y que los primeros dos botones de su camisa estaban sin abotonar, pero Touya recordaba a un Deku vestido tan pulcramente como era posible durante el trabajo, que sí se sorprendió un poco de verlo así.

—¿Hay algún cambio?— preguntó.

—Ninguno.— respondió el empleado, e hizo una pausa antes de agregar, como quien no quiere la cosa. —: Disculpe, justo ahora estamos ocupados arreglando algunos documentos que Yotsubashi Geten debería tener para dárselos a la casa de moda y a la agencias desde hace unos días, antes de que pase a chequeo, así que estamos algo ocupados.

Las cartas de mis sueños.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora