Bestia

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Giro una y otra vez, intento volver a dormir. La fiebre ha dado tregua pero sigo sin encontrarme bien del todo, tomé la decisión correcta al cancelar el viaje. Haciendo uso del seguro viajero puedo cambiar la fecha directamente con la aerolínea, las reservaciones también tiene respaldo de reembolso, eso hace que no me sienta tan culpable por tomar la decisión tan apresurada en cancelar. La fiebre fue solo una excusa, ese viaje nació y fue planeado hace varios meses, las circunstancias han cambiado demasiado. No estoy de humor para viajar por mi cuenta justo ahora.

Busco a tientas mi teléfono sobre la cama, no lo encuentro entre los pliegues de los edredones, ni bajo las almohadas, tampoco en la mesa de noche. Hago memoria de cuando fue la última vez que lo vi. No puedo recordarlo. Debe ser un mensaje celestial, si me pierdo en la pantalla me será más difícil volver a dormir.

Escucho sonidos en el techo, esos malditos gatos de nuevo buscar aparearse sobre la casa, burlándose de mí por pasar la noche sola; me estiro a mis anchas en la cama tamaño king disfrutando de la libertad de mi soledad. Giro esforzándome por retomar mi inconsistente sueño.

Lo escucho fuerte y claro.

Un sonido seco desde el patio. Es definitivo: no es obra de mi imaginación. No fue un sonido particularmente fuerte, aunque creo que si hubiera estado dormida me habría despertado, de unos meses para acá tengo el sueño muy ligero, y eso es cuando logro dormir aunque sea un par de horas. No estoy acostumbrada a dormir sola.

Lo más razonable es que sea un animal, un gato o mapache que intenta entrar en la casa en busca de comida. No sería la primera vez.

Desecho esa hipótesis cuando el indudable ruido de cortar vidrio me levanta de un brinco de la cama.

Alguien intenta entrar en la casa.

Si están en el patio lo único que los separa de la sala de televisión es una puerta de vidrio, y a juzgar por el ruido, ya están solucionando ese contratiempo.

Agudizo el oído desplazándome sin hacer ruido, escaneó mi habitación, necesito hacerme con un arma. Pronto. En las películas los héroes (y también los villanos) tienen un arsenal de armas en sus casas a su disposición para cuando se presente una situación como esta. En mi habitación lo más cercano a un arma es una faja, la lámpara de noche o la botella de vino que tomaba antes de acostarme. Me armo con la botella. Le doy un largo trago para vaciarla y a la vez armarme de valor, mientras me maldigo por no ser paranoica y tener un cuchillo bajo mi colchón.

Cuando en las películas gritamos al héroe instrucciones ante el peligro, creo que no somos del todo justos con él o ella, hay tanto que no sabemos de su situación. En mi caso, la mejor opción para sobrevivir a un atraco habría sido dar un brinco hasta llegar a la puerta, cerrarla con llave, empujar la cómoda para bloquearles el acceso, esconderme mientras llamo a emergencias, y dejar que vacíen mi casa mientras alguna unidad se digna en acudir al llamado.

Si tan solo no estuviera mi hija durmiendo en su cuarto junto al mío.

Una vez escuché que las mujeres son más resistentes al dolor después del parto, que una madre es mucho más fuerte que una mujer sin hijos. Esa es una reverenda mentira. Nunca me sentí más débil e indefensa que cuando conocí a mi hija, Julia. Nunca más volví a ser la misma, en eso tienen razón. Ahora soy una que se cuestiona por las noches cada acción de su día, que teme por la seguridad de la pequeña niña que me persigue y lucho por dar un ejemplo positivo a esos ojillos castaños que me escrutan constantemente.

Acerco mi oído a la puerta. Murmullos. Es más de uno. Tomo firmemente la botella en mis manos. Conversan de lo más casual en mi sala de estar sin miedo a ser escuchados, puedo escuchar con claridad varias frases completas, buscan mis joyas.

Cuentos de Malas Noches.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora