Tic Toc

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No estaba seguro qué sonido le molestaba más. Si el incesante tic del segundero del reloj de pared, si el sonido de sus dientes al tiritar dentro de su temblorosa boca o el golpeteo de su pie contra el piso al esperar nervioso. Se decidió por el reloj, el paso del tiempo sin recibir respuesta le estaba destrozando los nervios.

Se rascó el cráneo con más fuerza de la necesario, se recostó en el incómodo asiento sin apartar los ojos de la puerta blanca por la que se había marchado, hacía una eternidad. Tenía la boca seca, y los ojos hinchados por el llanto, si su padre lo viera pondría en tela de duda su hombría, a él le importaba bastante poco su hombría en aquel momento, tenía más miedo que nunca en toda su vida. Más terror que cuando descubrió que su bicicleta se quedó sin frenos en mitad de aquella empinada cuesta en los Barrios del Sur, más miedo que cuando presentó sus exámenes de admisión a la universidad, más miedo que cuando fue rechazado para su soñada carrera, más miedo que cuando Liliana le contó que estaba embarazada, más miedo que cuando tuvo a Mariano por primera vez en sus brazos y luchaban por estabilizar a Liliana luego de la cesárea de emergencia.

En todas esas oportunidades se había armado de valor y se había enfrentado al miedo con un plan. No era un hombre especialmente listo, pero siempre había luchado lo mejor que pudo, había maniobrado con la manivela la bicicleta hasta llegar a césped y minimizar el impacto del golpe, había aplicado a cuantas universidades podía para tener más oportunidades, había abrazado con fuerza a Liliana y cambiado su sueño por una carrera más práctica para alimentar a su familia, había prometido al diminuto bebé en sus brazos que lo cuidaría con su vida aunque su madre los dejara solos.

Sin embargo ahora, no podía hacer nada.

Se sentía desnudo, inutil, completamente desesperado, no había plan para lo que se estaban enfrentando. Sobre todo era un mentiroso, no había podido cumplir su promesa.

El punzante dolor en su cabeza regresó obligándole a cerrar los ojos, era tan penetrante que se frotó las sienes intentando encontrar algo de alivio. Todo había comenzado así, con un simple dolor de cabeza, al principio pensaron en ignorarlo, no debía ser nada grave, solo su imaginación. Es normal tener dolor de cabeza, le pasa a todo mundo. Quién podría sospechar que algo tan mundano desencadenaría tanto sufrimiento en su familia.

¿Quién no ha tenido dolor de cabeza?

Luego el llanto lo acompañaba, el dolor era tan intenso que terminaba en un mar de lágrimas, lo aplacaban con cualquier medicina en casa, recetada en dosis y frecuencia por ellos mismos. Culpaban a cualquier causa banal del dolor. "Debe ser que se asoleó demasiado" dijo su abuela. "Puede ser para llamar la atención" dijo una de sus tías, "Es que pasa mucho tiempo en eso de las pantallas, y desde tan cerca" dijo la vecina, "En mis tiempos los hombres eran hombres de verdad, no andaban llorando por un dolor de cabeza" dijo su abuelo.

Luego fueron las calenturas intermitentes, más murmuraciones y posibles causas llenas de superstición y falta de información. Remedios desde untarse ungüento por todos los poros, hasta duchas de agua fría con romero. Su desesperación era tanta que aceptó sin dudar todas sus ocurrencias en busca de una solución. Todas menos asistir a un especialista, eso era exagerado. Por Dios, era solo un dolor de cabeza.

Él mismo había insistido en no acudir a los médicos aún, la situación económica familiar no estaba preparada para enfrentarse a una verdadera emergencia médica y no parecía suficientemente serio como para gastar sus insignificantes ahorros en algo tan simple como dolor o fiebre, a todos les pasa en algún momento. Aunque hasta ahora había gozado de una salud envidiable, era completamente normal algún resfrío o malestar en esta época del año. Su mujer estuvo de acuerdo a regaña dientes, ella estaba muy preocupada por su salud, pero más aún por alimentar a su familia hasta final de mes.

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