Diario de Paul XX: ¡Pachanguita de fútbol!

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Al volver a casa Delia me había convencido de que pasaramos el fin de semana entero haciendo cosas juntos. No puedo decirle que no casi nunca por nada, y mucho menos si mi cuerpo se mueve impulsivamente por culpa del whisky. Sin embargo, Aaron me había propuesto que echaramos una pachanga de fútbol con Erick por la mañana en unas pistas que ellos conocían; donde solían jugar su hermano pequeño y sus amigos. Al final, Delia, me terminó liando para que comiéramos un helado yendo hasta las pistas porque ella ya sabía donde estaban. Resoplé por ser tan fácil de convencer.

Por la mañana fui a recogerla y se pasó todo el camino hasta la heladería diciéndome tonterías sobre si me había tomado un café aquella mañana porque tenía cara de zombi y el pelo despeinado como si me hubiera pasado toda la noche peleando con la almohada.

Me quedé mirando los sabores. Siempre me han gustado los mostradores de helados. Esas formas que hacen onduladas de los helados que aún están por empezar. ¡Dan muchas ganas de comérselos! Y eso que casi nunca como helados por eso de no tolerar la lactosa.

—¿Qué quieres, Delia? —le pregunté animado. De verdad me gustaba la idea, no sé por qué—. De chocolate blanco, de chocolate, de ron con pasas ¿qué son las pasas?, de... ¿de qué es ese que es azul? —reí—. Yo quiero uno de hielo, quiero... ¡éste! —dije contento señalando un polo de hielo de lima limón—. ¿Y tú, y tú?

—Eres como mi niño grande —me sonrió y me cogió de la cara para darme un beso fuerte en la mejilla. Después se separó, rio y le pidió a la chica que le pusiera un tarrina pequeña de chocolate blanco.

«Mi niño grande» se me repetía en la cabeza, como en las pelis, mientras me tocaba la mejilla sonriendo. Niño grande vale, pero lo del posesivo delante, eso me cuesta hacerme a la idea. No, o sea no, Paul Stonem no es el niño de ninguna chica. No, supongo que no, aunque no paré de sonreír de todos modos. Y es que Delia llevaba toda la mañana jugando conmigo y no podía tomarla en serio. Me dio mi polo y continuamos el camino. La miré sonriendo mientras andábamos. La brisa del final del verano le movía el pelo de un lado a otro y de vez en cuando se llevaba la mano al mechón para echárselo detrás de la oreja.

—¿Me dejas probar? —le dije mirando el helado que llevaba—. Un poquito...

Cogí la cucharilla y me la acerqué a la boca despacio mientras la miraba sonriendo con esa sonrisa típica de mí, esa que ninguna chica aguanta, esa que siempre me han dicho que deje de poner porque se ponen nerviosas. Pero no, no me la metí en la boca, la llevé hasta la cara de Delia y despacio le restregué el helado en la nariz mientras me reía. Me alejé un par de pasos mirando cómo se enfadaba y me gritaba que era un idiota. Pero antes de ver sus intenciones de buscar algo con que limpiarse, me acerqué hasta ella y le agarré la cara con las dos manos mientras le miraba a los ojos. Ahora estaba más serio.

Un niño grande, ¿no? Me acerqué despacio a ella y cuando estaba a unos centímetros de sus ojos, saqué la lengua y le pegué un lametón al helado que tenía en la nariz. Le solté la cara, me empecé a reír.

—Mmm... ¡muy bueno! No lo había probado antes, no suelo comer nunca helados.

No se lo tomó como yo esperaba. Agachó la cabeza y ni siquiera sonrió. Esta vez no. Caminó hasta el frente, sin mirarme, mientras comía el helado, dejándome atrás. Lo hacía deprisa.

¡Vaya! Se había enfadado. No era para tanto, era una tontería. Llevábamos todo el rato de bromas, ¿qué pasaba ahora? Está bien que le hubiera dado asco, pero que me lo diga. Como aquella vez que me chupó la mano después de chocarme contra esa papelera, a mí me dio asco y yo se lo dije. Igual se estaba haciendo la enfadada. Vale, definitivamente se ha hecho la enfadada, seguro. Le he pegado un bocado al calippo encogiéndome de hombros y he seguido nuestro camino.

Parecemos Tontos...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora