Capitulo 4

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El balanceo incansable del barco le hacía imposible conciliar el sueño. Era la quinta noche sobre el mar, y aunque ya no daba más de agotamiento, los rechinidos de los muebles y pasos de la cubierta le ponían los nervios de punta.

De un brinco se bajó del camarote, se calzó el abrigo, y subió a tomar un poco de aire tropezando por la escalera. En medio del cielo atiborrado de nubes negras, y olas que azotaban violentamente el transporte, vio una figura paseando serenamente, pegado a las barandas.

─Deberías abrigarte los pies ─aconsejó Irwin cuando se acercó lo suficiente.

Se encogió de hombros por toda respuesta, dado que el caminar por la superficie ya le había mojado el borde del pijama. Codo a codo, se acomodaron en la punta de la proa, a contemplar un horizonte difuso y abismalmente negro.

Durante los días anteriores, el hombre le había contado sobre su pasado, y como lo contrariaba emocionalmente tener delante al elegido. El fin del tiempo había llegado antes de que pudiera tener descendencia. Su esposa deseaba fervientemente ser madre, pero él había decidido esperar a tener un hogar y economía estables, por lo que se lo había negado. Años después, consumida por la pena y rencor hacia su amado por no poder procrear, se había quitado la vida.

"¿Qué tenía tu madre que la hizo ser la mujer elegida para darte a luz?" preguntó con expresión ausente luego de concluir su historia, y le confesó a duras penas que, como el único nacido después del fin, no podía evitar verlo como un hijo.

─¿Qué es eso de allá? ─inquirió la voz de Irwin con alarma.

El pequeño salió de sus recuerdos, y miró donde su mano señalaba, varios kilómetros dentro del mar, donde las olas que se agitaban incesantes, chocaban con lo que parecía ser una montaña emergiendo justo en ese momento.

Una campana estridente comenzó a sonar desde la parte más alta del barco, justo en el momento en que se hundió hacia la izquierda, y vieron surgir mucho más cerca un montículo similar al anterior.

Con fuerza, Irwin sujetó el menudo cuerpo del pequeño, que por poco no resistía el vaivén que las olas provocaron, y casi voltean el transporte. Un grito de alarma sonó desde la escalera, y no tardaron en ver a la capitana, aferrándose del umbral de salida para no caer también. En su mano llevaba una ballesta, y la correa de la aljaba se apretaba contra su busto.

El montículo más cercano volvió a hundirse, provocando más olas impresionantes. Rápidamente, Irwin se echó al elegido sobre el hombro, y corrió por la cubierta para ponerse a resguardo, cuando un golpe descomunal movió al barco por la parte inferior. Ambos cayeron, y rodaron por la superficie mojada, que en ese momento estaba inclinándose en un ángulo agudo.

─No sueltes al enano ─ordenó la mujer, al momento en que un enorme brazo similar al de un humano se levantaba justo delante de ellos. Los dedos de la monstruosidad se enroscaron hacia atrás, dejando al descubierto una especie de ojo que giraba sobre su propia cuenca, y lloraba lo que parecían ser pedazos hinchados de carne mutilada.

Irwin, que se esforzaba por cumplir con su tarea a pesar de estar aferrado a duras penas al barandal y completamente empapado, observó con incredulidad la bestia que ahora se inclinaba sobre el barco como si se hubiera cansado de estar erguido. La capitana le disparó con la ballesta, clavándole una flecha especialmente grande justo en la pupila, lo cual lo hizo retorcer, y caer violentamente sobre parte de la popa, rompiendo la cubierta a su paso.

Aún no se restablecía el equilibrio del barco, cuando tres integrantes de la comitiva se acercaron a auxiliar a sus compañeros. Por delante del transporte, otro brazo enorme y más deforme que el anterior se levantó, y se estrelló contra la superficie del agua como si no supiera controlar sus movimientos.

─Todos, amárrense al barco como les enseñé ─ordenó la líder, volviendo a cargar la ballesta.

─¿Qué son esas cosas? ─preguntó el elegido, aterrado ante los más de veinte monstruos que podía contar solo delante de sus ojos.

─Dioses corrompidos del mar ─explicó otro de los jóvenes con voz cansada.

─Solo unos brazos que no comprenden que se han ahogado ─replicó la capitana, apuntando al más próximo─. A toda costa, debemos proteger al pequeño.

Aquella burla, y aquella orden fue lo último que el joven escuchó antes de que lo bajaran a los camarotes, y una inclinación del barco demasiado brusca, lo hiciera perder el conocimiento de un solo golpe.

Cuando despertó la habitación estaba medio destruida, y una de las pateacaminos, con el rostro pálido, le limpiaba la herida de la frente. La claridad del día se sentía como una alarma pertinente. Preguntó, casi desesperado, si todos estaban bien, y fue así como se enteró de las heridas de la tripulación, los daños irreparables del barco (por lo que su curso se desviaba a la tierra más próxima), y la lamentable noticia del fallecimiento de Irwin, mientras combatía en la cubierta junto a la capitana.

 Preguntó, casi desesperado, si todos estaban bien, y fue así como se enteró de las heridas de la tripulación, los daños irreparables del barco (por lo que su curso se desviaba a la tierra más próxima), y la lamentable noticia del fallecimiento de...

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(Créditos de la imagen a su respectivo autor~)

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