Introducción

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INTRODUCCIÓN
"Y maldita sea la avaricia del hombre, que lo arrastra a lo profundo de su más grande corrupción."

Veintidós años atrás.

Oro, dos medallones, dos capitanes, dos barcos, frío, humedad, una cueva, madera, un mito emergiendo desde bajo el agua, cañones, balas, espadas, sangre, mucha sangre, cuerpos en el aire, cuerpos a su lado, desmembrados, el sonido fúnebre de un barco arrastrado al fondo del océano, sin esperanzas, el llanto de un niño, una madre, sangre derramada al océano, quietud, paz. ¿Paz?

Tomlinson tomó el medallón con la calavera grabada a mano tétrica, de oro macizo, pesado y hermoso, y la lanzó al pecho de su esposa, frenético, en un estado catatónico entre ira y parálisis incontrolable.

—¡Qué los dioses nos salven de este destino!

Iba de un lado al otro, mojando con sus huellas la madera, chapoteando sus pies en sus propias botas. Aún estaba empapado entero, la conmoción con los tripulantes de los sobrevivientes del otro barco seguía fuera, los gritos eran ensordecedores y quería taparse los oídos, gritar, hacer algo, estaba desesperado. Cansado. Su cabello, normalmente prolijo y lacio, era un alboroto de hilos castaños sostenidos por un pobre moño sobre su sien, con hilos enredados por la batalla perdida allí afuera, la batalla que aún seguía y no sabía cómo detener. ¿Qué diablos era eso, de todas formas? Ni siquiera sabía cómo combatir algo que no fuera humano, pero su esposa había hecho eso y la criatura se había calmado. Como si hubiera bebido de la fuente de la calma. Solo quedaban los enemigos del The Whispering Ship, ahogándose y queriendo usurpar su barco. ¿Tyr estará vivo? No lo vio desde que salió de la cueva. No, solo deben quedar sus tripulantes. Esa era una batalla ganada. La otra, una perdida, si la cosa volvía. ¿Cuántos hombres murieron? ¿Cuántos salieron volando por los aires? Vio unos desaparecer en la boca del monstruo como hormigas en un agujero negro, sin fortuna ni salida. Lo desesperaba. 

Miró a su esposa agitado. La mujer se sentó en el taburete, tomó la joya con tranquilidad y limpió de su grabado tétrico los rastros de sangre fresca que en la luz le resaltaban como vino tinto lentamente, las yemas de sus finos dedos quedaron manchadas. Su muñeca aún goteaba sangre, pero la herida no había cavado tan profundo como para que se preocupara por desangrarse. Ya no podían preocuparse por morir, se habían condenado. Ella solo rasgó parte de la costura inferior de su vestido maltrecho y envolvió su herida entre suspiros.

—¿Qué...? —comenzó el Capitán, tartamudeando. —¿Qué diablos fue eso?

Ella volteó su largo cabello rubio hacia su derecha y estrujó tanto del agua cuanto pudo. El agua cayó sobre sus pies descalzos.

—Te dije que te olvidaras de ese medallón.

—Había... Era... ¡Un monstruo! Y los tentáculos, derribaron la vela mayor... las pérdidas... no, no... ¿Qué demonios hiciste cuando...? ¡En qué estabas pensando... en cortar tu muñeca de esa manera!

Ella se levantó y puso una mano sobre la boca de su marido. Señaló con su cabeza la cuna donde el bebé de ojos azules empezaba a molestarse. Las pequeñas manos se apretaban en puños sobre su cabeza y regazaba tiernamente. El suave aroma del bebé ablandaba a la omega, despertaba sus instintos maternales, pero no calmaba al histérico alfa, que desde que nació no parecía tener apego a su propio hijo. Tomó a su esposa del brazo, sin importarle si era el brazo donde estaba su herida, y la llevó a la esquina de la habitación antes de que ella, llamada por el aroma y la necesidad de sostener a su hijo contra su pecho, llegara a la cuna.

—Tú hiciste...

Blanchet se zafó de su mano.

—Te dije que dejaras ese medallón en esa maldita cueva de Naves. The Whispering Ship se jodidamente hundió a solo leguas de salir con el medallón del tridente.

ℭ𝔲𝔯𝔰𝔢𝔡 & 𝔗𝔦𝔢𝔡 (𝔗𝔬 𝔶𝔬𝔲)  │𝔏𝔞𝔯𝔯𝔶Donde viven las historias. Descúbrelo ahora