—Izabela fue a entregar un pastel de cumpleaños, no tarda en llegar —informó Elizabeta, madre de la joven.
Llevaba puesto el delantal de repostería y una malla en la cabeza. La casa entera olía a bizcocho de vainilla. Elizabeta contaba con una pastelería pequeña en el vecindario, pero allí únicamente exhibía sus creaciones. Todo lo horneaba y preparaba en casa.
Hizo un ademán para que Finn la siguiera a la sala de estar.
—Ponte cómodo —se dirigió a la cocina y le sirvió una taza de chocolate caliente—. ¿Cómo te va en tu nueva carrera? —tomó asiento en el sofá individual.
Finn dio un sorbo antes de contestar:
—Bien, supongo —le cohibía la manera en la que la mujer le escudriñaba, es decir, con evidente resentimiento aunque bastante controlado, eso sí. Y no era para menos, estaba molestísima porque su hija hizo demasiados sacrificios para seguirlo y estar con él.
—Tengo curiosidad ¿Cómo es que pagaste la colegiatura?
—Esto... —se aclaró la garganta—, mis padres me apoyaron. El programa de becas cerró antes de mi incorporación.
—Qué lindo de su parte. No todos los jóvenes son afortunados como tú, Finn. Sabes que la situación aquí en casa no es cómoda. Izabela ha tenido que involucrarse en la pastelería y hacer turnos dobles en el minisúper.
—¿Minisúper? —preguntó Finn.
—¿No te lo dijo? Por las mañanas hornea pan y cupcakes y los ofrece a la salida de la parroquia después de la misa de ocho, por la tarde da clases a los niños en la academia de música, y en las noches trabaja en el minisúper. Esta semana tiene vacaciones, me ha ayudado en las entregas a domicilio de la pastelería.
Por supuesto que Izabela no le comentó, sólo lo de la academia.
El propósito y las convicciones con las que llegó el guitarrista comenzaron a agrietarse.
—Está ahorrando dinero para regresar al conservatorio —expuso Elizabeta— sabe que no le darán ninguna beca porque básicamente no cursó su segundo año de la licenciatura. Por tanto, ya no cumple con el principal requisito para solicitarla, es decir, no haber desertado.
El guitarrista frunció el ceño intranquilo. El enojo se enredó entre sus dedos y raptó por las torres de vigía, se infiltró en la armería y se hizo de todas las espadas afiladas. Una a una fueron enterrándose en su carne ¿A caso Izabela no pudo prever que perdería la beca si no regresaba al conservatorio cuando lo hizo Finn?
—Descuida, no pongas esa cara, a mi hija no le pesa trabajar. Confieso que no me gusta su situación, pero a veces no queda de otra mas que aprender de los errores.
Finn apuró el chocolate, no sabía qué comentar.
No era el único que tomaba malas decisiones, Izabela estaba dispuesta a llevarse la peor parte, a sufrir penas, a callar la mayoría de sus reclamos, a humillarse incluso. No debía ser así, jamás debió ser así, porque con ello, en lugar de mantener la llama encendida de su relación, le prendió fuego a la hoguera en la que se estaba quemando Finn.
—No obligaste a Izabela a seguirte, no eres responsable de lo que ha experimentado ¿vale?
La culpa terminó por tumbar sus murallas y penetró en el bastión. Sí, fue decisión de Izabela dejar el conservatorio, Finn se opuso tajantemente, pero la magnitud de dicha elección inclinó la balanza a favor de Izabela dejando a Finn en la vergüenza. Ella dio todo, él no hacía el intento de perseverar.
Cuando se ha perdido el equilibrio, cuando los excesos lideran la contienda, lo que está de por medio se vuelve perjudicial. Ahora, Finn se hallaba entre el fuego de metralla: su conciencia le echaba en cara que Izabela dejó todo por él, en cambio él, estaba a punto de dejarla por otra chica.
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Vendiendo Recuerdos Para Poder Dormir [Fillie] [en edición]
FanfictionFinn Wolfhard, un guitarrista veinteañero, abandona sus estudios en el Real Conservatorio de Canadá para seguir su sueño de ser una estrella de Rock pero las cosas no salen como lo planea. En medio de su desilusión y frustración, recibe una carta de...