16. El veneno de un error hace eternas las heridas

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Besar a Millie fue como entrar a hurtadillas al jardín más precioso del planeta y robar una de sus tantas flores hermosas.

Desde ese momento, Finn no quería probar otros labios que no fuesen los de la pianista. Sólo bastó un toque para saberlo, así como una suave caricia para capturar la exquisita esencia que estos emanaban. El guitarrista desarrolló una terrible adicción a esos labios tan suaves, dulces y tiernos. No podía parar. Se sentía en la gloria... Millie no hacía nada para apartarse, así que llevó una mano a la mejilla de la chica para confirmar que no se trataba de un sueño.

Aquello era real, fantástico, mágico. Ambos estaban inmersos hablando el idioma del amor, el único que puede revelar los verdaderos sentimientos del ser. En él no hay secretos... No se puede mentir en un beso.

Por ejemplo, cuando Izabela besó al guitarrista en la cafetería, minutos antes, ambos comprendieron que nada sería como antes.

Con Millie, se entendía que ambos anhelaban con todas sus fuerzas ese momento, principalmente, para averiguar si lo que dictaba su corazón era verdad y no se trataba de un susurro proveniente del capricho más terco que, poco a poco, mutó a un grito desesperado.

Aquel beso, quitó las sábanas blancas que cubrían sus sentimientos, como si de una casa abandonada se tratase, en la que los muebles por fin dejarán de pudrirse en la soledad. La parte final, consistía en limpiar el polvo que se acumuló en los rincones, abrir las cortinas para que los rayos del sol iluminasen el interior y dejar la puerta abierta para que entrasen nuevas experiencias, capaces de alimentar el espíritu, enaltecer el alma, expandir la mente y alegrar el cuerpo. Finn tenía toda la disposición de hacerlo... Ya no quedaban ataduras que se lo impidieran. Se rindió ante esa lucha entre lo que era correcto y lo que le apetecía... Ahora, podía ser libre de darle la bienvenida al autentico dueño de sus sentimientos, de su hogar. Pero Millie...

Millie lo empujó suavemente. Finn, se separó de ella, tirando de su labio inferior. Un montón de fuegos artificiales celebraban en su interior. La verdad, el guitarrista creía que la chica jamás cedería a ese beso de tal forma. Al principio, fue algo sutil. El muchacho no se explicaba cómo habían terminado con los labios hinchados y unas ganas terribles de llenar sus pulmones de aire.

La pianista agachó la cabeza, Finn quitó la mano de su mejilla para tomar su mentón y así, alzar su rostro para verle a los ojos. Millie negó con la cabeza en medio del acto, le esquivó y se fue corriendo. El guitarrista sabía que tenía que darle un poco de tiempo para asimilar lo que había sucedido. Él también lo necesitaba. Hacía sólo minutos que Izabela terminó con su relación y había besado a Millie...

Le fue imposible no sucumbir al regocijo que le invadía: Sonrió como nunca antes lo había hecho. Se relamió los labios, lo único que ansiaba era poder juntarlos con los de Millie de nueva cuenta.

Reviviendo el momento de beso, Finn regresó a la cafetería por un sándwich que comió mientras atravesaba el jardín, rumbo al salón de ensayos.  

No le sorprendió que Millie no estuviese ahí. Levantó la tapa del piano y por impulso comenzó a tocar cuatro notas, reproduciéndolas en la misma secuencia, una y otra vez. Aquellos sonidos representaban perfectamente la manera en la que se sentía: Atrapado, con un montón de cosas por contarle, pero a la vez, no tenía en claro qué decirle. Sólo le apetecía hablar con ella, ver sus ojos, poder leer sus gestos y tratar de descifrar qué tenía preparado para ellos el destino. En su cabeza, aquello sonaba con violines, visualizaba cómo el arco se deslizaba por las cuerdas con un movimiento veloz, intenso y cortante en cada cambio de notas... Como un cuchillo que rasga las sogas que rodean el cuello del prisionero que anhela libertad. 

Finn llevó las manos a su cabeza. Fue sorprendente lo que había hecho: una composición a base de inspiración que, por cierto, encajaba a la perfección pero con «versos de cristal». Sacó una hoja pautada de su mochila y escribió la línea melódica en el pentagrama antes de que la olvidara. Un músico nunca prescinde de sus composiciones más pequeñas y aparentemente insignificantes.

Vendiendo Recuerdos Para Poder Dormir [Fillie] [en edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora