Capítulo 2: "¡Que felicidad, nojoda!".

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El sol arrasaba con la mínima presencia de humedad en Santa Marta. Los carros que pasaban a toda velocidad por las carreteras dejaban tras de sí una estela de polvo y calor. El pavimento hacia una perfecta simulación de ser una plancha enrojecida por el incesante fuego. Las señoras ya se sentaban con sus mecedoras de hierro o madera en los grandes patios, o bien, en las terrazas si los árboles les hacían de abanicos y sombra. Ana prepara el aguapanela, está cortando los limones cuando sale de sus pensamientos debido a que suena el teléfono fijo; ya llevaba semanas que no sonaba. Rápidamente se enjuaga el ácido jugo de sus manos y las seca con un trapo andrajoso que estaba en el mesón de la cocina.

—Aló —dice descolgando el teléfono y ajustando el auricular en su oído.

—Buenas tardes. Por favor con el señor Leonardo Gamboa.

—Habla con Ana, la esposa del señor Leonardo —responde la mujer con cierto aire de exasperación.

—Bueno, señora Ana. Esta llamada está siendo grabada por motivos de calidad y seguridad. ¿Está de acuerdo?

—Si, no hay problema —admite la propuesta con dudosa firmeza ¿Para qué quieren grabar la llamada? Pero bueno, aceptó.

—El motivo de esta llamada al señor Leonardo Gamboa es debido a que ha sido nominado a los Premios PANIM. Los premios PANIM, como sabe, son los premios más importantes de paz a nivel mundial que fueron fundados por la samaria Juana Iris Giacometto Gómez hace más de cincuenta años. Por lo tanto, se le hace una cordial invitación al señor Gamboa y a usted su esposa, para que asistan a la ceremonia en donde se entregará el premio a uno de los cinco nominados.

La señora del otro lado de la bocina —que con su voz creaba en la mente de Ana una imagen de ser una dama elegante, bien vestida, pero a su vez forjaba cierto recelo en la mujer de Leonardo— siguió explicando los por menores de la celebración. La llamada se extendió un par de minutos más por las preguntas perspicaces que hacía Ana al desconfiar de la veracidad de la noticia. Al terminarse aquella llamada, se dirigió a la cocina con su semblante serio e imperturbable. Toma la jarra plástica con el líquido marrón y los chocantes hielos en su superficie, encamina sus pasos al patio hasta llegar a donde está su marido. Un hombre grueso —sin llegar a ser gordo—, negro, de un metro ochenta y siete, su azabache pelo afro se manchaba por canicies; llevaba una camisilla blanca y una pantaloneta que le llegaba hasta las rodillas. Leonardo se encuentra en una silla que arrecostó contra el tronco grueso de un palo de mamón que hace años sembró la madre de Ana allí.

—Gracias, mija. Es que está haciendo un calor que, mejor dicho —exclama Leonardo Gamboa con una sonrisa en el rostro que dedica a su mujer, a su vez unas gotas de sudor pretenciosas bajan por su frente.

La mujer le devuelva la sonrisa y seca también el sudor de su frente. Leonardo ve que ella se regresa para dentro de la casa y le llama.

—Ana, ¿Para dónde vas? Ven, siéntate aquí conmigo.

—Voy a limpiar el mesón de la cocina...

—Ombre, deja eso así que yo ahorita lo limpio. Hace un calor para que te vayas a poner en esas. Coge la silla esa y ponla aquí —le señala con los labios que coloque la silla plástica a un lado de él.

Ana suspira entre una sonrisa trémula, se sentía un tanto injusta pues, Leonardo estuvo casi todo el día ramajeando los palos de la terraza, arreglando las matas y limpiando el techo.

—Leo, ahorita llamó una señora para invitarnos a algo, pero no le creí de a mucho. Aja, yo sé que tu estas metido en lo de ser líder social y todo eso, pero no se... Como a veces dicen unas cosas para enredar a uno y tramarlo.

Lo malo de ser buenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora