Capítulo 3: "Una golondrina no hace verano".

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En Sevilla estaba nevando moderadamente, se emblanquecía la ciudad. Javier Llanos, estaba en un sillón de su sala de estar en frente de una chimenea de piedra enrejada por fierros negros y avivada por gruesos troncos que chisporroteaban antes las ya desarrolladas llamas. Estaba con sus piernas cruzada, leyendo "Walden" de Henry David Thoreau. Amortiguado por las paredes y cada uno de los adornos de la casa, se oía ligero el ruido de gente caminar y vehículos pasar por frente de la casa en donde se ubicaba una calle escasamente transcurrida. Por medio de las ventanas todo parecía ser oscuro afuera a pesar de apenas ser las ocho de la mañana —y en efecto, el sol estaba siendo opacado por unas gruesas y pomposas nubes, haciéndolo ver como una deforme esfera de tenue luz—. De un momento a otro las luces rojas de frenado de un carro se superponen ante otros distractores del exterior y se bifurcan por los lentes que tiene puestos Javier. Tocan el timbre de la casa y con un grado faltante para llegar a la ira se iba a poner en pie cuando escucha que la puerta es abierta y luego se escucha la voz de su esposa. Javier se sienta nuevamente y trata de retomar la lectura. Se logra concentrar lo suficiente para ignorar el cuchicheo de su esposa con quien sea que acaba de llegar.

—Javier, a que no adivinas lo que acaba de llegarte.

—¿Qué llegó, Mary? —pregunta con desinterés; está leyendo.

—¡UNA INVITACIÓN DEL PANIM!

La gruesa mujer salta de la emoción y mira a su marido, expectante.

—Que bien, eso me alegra —fue lo único que dijo con una infantil sonrisa.

—Coño, Javier. Es el premio de paz más importante a nivel mundial y que has sido nominado. ¿Acaso no me crees, tío? ¡Aquí está la puta invitación! —menciona casi que gritando a la vez que agita en el aire una carta dorada.

—Pero cálmate, mujer. Sé que no mientes, solo que ese premio así sea que lo gane yo no va a arreglar los putos problemas de España... Ni tan siquiera los de esta provincia.

—Joder, yo estoy trabajando en mi cuarto, me levanto de allá para atender a la puerta porque sé que te molesta que cuando lees te interrumpan, vengo a darte la buena noticia y me sales con esto. ¡Vaya mierda!

—No es eso, joder. Simplemente que gane o no ese premio hay problemas acá que no se arreglan con que Javier Llanos —hablaba en tercera persona— se haya ganado un PANIM. Como es posible que la princesita que tenemos acá se haya independizado a los veinticuatro o veintitrés años a un apartamentico de cinco mil euros mensuales —la mirona afloraba en sus palabras—. Pero en cambio otros jóvenes a esa edad logran estudiar... ¡Y TRABAJAR! —hizo énfasis en sus palabras— para apenas poder pagarse un piso de mil o novecientos euros, si acaso. ¿Solo por tener el apellido que tiene? ¡Ostia! —gritó para sí mismo—. Me parece un descaro. Hay que ser realistas, por el amor de Dios.

La esposa de Javier veía verdad y razón en sus premisas, pero aun así decidió refutar e irse por el hecho que no le dio ni tan solo un poquito de relevancia a lo importante que estaba pasándole. Casi que se siente ofendida. Entonces, reclama.

—Mi querida Mary, claro que estoy emocionado, pero no es para tanto. Entiendo tu felicidad...

La mujer se acerca y deja sobre la pequeña mesa de madera junto a él, la carta y la carpeta azul celeste que le entregó la funcionaria del PANIM. No escucha a su marido, se va enojada, aunque no con él si no con su manera de ser. Ella un mar de leva y su esposo un lago. Sigue trabajando en su computadora en donde redacta un correo para la constructora donde es topógrafa. Los niños estaban donde un amigo y Javier pronto los tendría que buscar.

Lo malo de ser buenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora