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Mina acomoda la estresante corbata en su cuello, frustrada de la misma y lo único que quiere es quitársela y mandarla a volar

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Mina acomoda la estresante corbata en su cuello, frustrada de la misma y lo único que quiere es quitársela y mandarla a volar.

Estaría más contenta con sus propios atuendos, pero según parecía, ese es más decente que toda su ropa junta.

— Esto es incómodo... —se queja en un murmullo, acabado por desabrochar un poco más el nudo en la corbata.

No se ve mal, y es genial porque ahora puede respirar normal. Esa cosa la estaba ahogando.

Mira de izquierda a derecha en el bonito vecindario donde vive Nayeon, que en sí es parecido al suyo y no se impresiona de sobremanera como si viviese en otra ciudad.

Las plantitas que están a la entrada son adorables a su parecer, se puede quedar mirándolas antes que entrar a su propia muerte, pero no es algo que deba de hacer. Una de las cosas que Nayeon le dijo que fuera, era ser puntual y Mina lo es cotidianamente. No sabe porque en ese instante desea retrasarse.

— Recuerda... crees en Dios, no haz tocado a Nayeon, postura derecha, la joyería en la cara es por herencia, detestas los videojuegos y esas cosas, lees muchísimos libros y quieres ser abogada. Genial, Mina. Eres genial.

Suelta un poco de aire para calmarse y por fin toca el timbre de la entrada.

Ding Ding Dong.

Oh mierda, es peor de lo que imaginó en la mañana.

Carraspea para comprobar su voz, lleva su mano hasta su boca y comprueba su aliento que tiene aroma a menta y acomoda su cabello por centésima vez.

Luego de unos segundos se siente como alguien se acerca a abrir y Mina tensa todo músculo en su cuerpo.

El rostro adorable de una chica con dos lunares en el rostro la colocan alerta y fuerza una sonrisa torpe para no prefer que es oficial de policía o realmente una abogada.

— Hol...

— Los testigos de Jehova no son bienvenidos en esta casa, ¿cuantas veces más tendré que repetirlo? Maldita sea.

— ¿Testigos de qué...?

Pero en el momento que se da cuenta que le cerrarán la puerta en la cara sin sutileza alguna ni preguntar por quien es realmente, lo evita colocando su mano dentro.

— ¡Espera!

— Que no queremos nada de ustedes, por favor. —la chica de dos lunares y mechas moradas abre más la puerta.

Mina acomoda el pequeño mechón de cabello sobre su frente.

— Yo no soy un testigo de... eso, no sé pronunciarlo perfectamente. —confiesa. — Soy Mina.

— ¿Mina? —la muchacha mira de pies a cabeza a la más alta.

Admira su inocente rostro que a su vez parecer ser frío y cortante, su perfecto traje bien acomodado, una tonalidad roja en sus labios delgados con un lunar un poco más arriba al igual que uno al costado de su nariz y una leve sonrisa que hace sus mejillas sonrosadas más adorables.

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