Capítulo 1: Amenazas y neonatos

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ALLISON MILLER

Inmersa en la reunión con mi nueva clienta, mi presencia era meramente física; mi mente navegaba por mares turbulentos. En lugar de prestar atención a las palabras que resonaban en la sala, mi conciencia estaba secuestrada por los hermanos Kozlov, figuras ominosas del crimen ruso nacidas en suelo norteamericano.

Su imperio delictivo, que abarcaba desde el tráfico de drogas hasta el soborno y la manipulación de figuras clave capaces de borrar evidencias incriminatorias, era de conocimiento público. Su reputación era tal que se decía asesinaban sin distinción: jueces, empresarios, policías, políticos... nadie estaba a salvo de su gélida indiferencia.

Lo que me resultaba indiscutible era la fatalidad de su visita: ante los hermanos Kozlov solo existían dos opciones, ambas llevando a un mismo destino: aceptar. A pesar de que el bufete para el que trabajaba manejaba casos de la élite y figuras políticas de alto perfil, durante la última semana, notas de advertencia firmadas por los Kozlov comenzaron a aparecer en mi vida, exigiendo mi representación legal en un juicio inminente.

La pregunta que me corroía era: ¿por qué yo? El miedo me envolvía como una densa niebla. Conocía las atrocidades que adornaban sus nombres en los titulares; estaba consciente de su capacidad para sembrar terror. Y bajo ningún concepto deseaba convertirme en una estadística más en su rastro de destrucción.

En un intento desesperado por proteger a los que amaba, mantenía a mi madre en la oscuridad, aunque su intuición maternal sin duda percibía la tormenta en mi mirada. Mis visitas diurnas a su casa y mis precauciones nocturnas se habían convertido en un ritual sagrado, todo en un esfuerzo por mantener a raya la sombra de los Kozlov.

—Entonces nos vemos dentro de tres días —se despidió mi jefa, arrancándome de mi ensimismamiento.

—Ha sido un placer, muchas gracias por todo —dijo la clienta rubia, con una sonrisa que no lograba calar en mi turbada psique.

—El placer es todo mío, Sra. —respondí, esbozando una sonrisa vacía mientras estrechaba su mano.

Una vez sola, dejé escapar un suspiro cargado de ansiedad.

—¿Estás bien? —preguntó mi jefa, su mirada cargada de preocupación—. Te ves pálida.

—Sí, es solo un poco de jaqueca —mentí, intentando disipar sus sospechas.

—Necesito que te concentres en este nuevo caso —insistió—. ¿Podrás hacerlo?

—Claro, me encargaré —aseguré con una confianza que no sentía—. No te preocupes, yo me encargo.

Salí de la sala de juntas rumbo a mi oficina, intentando aparentar normalidad. En el umbral, Mike me esperaba con una mezcla de curiosidad y preocupación.

—Hola, ¿estás ocupada?

—No, pasa.

—¿Qué tal estuvo la reunión con la millonaria? —preguntó, jugueteando con un lápiz entre sus dedos.

—La verdad, no escuché nada. Tengo que ponerme al día cuando llegue a casa —admití, luchando contra un bostezo traicionero.

—¿Qué te parece si vamos por un café? —sugirió, con una sonrisa tranquilizadora.

—Será en otra ocasión. Tengo que pasar a ver a una amiga.

—Está bien. Si quieres, te acompaño hasta tu auto —ofreció, poniéndose de pie.

La idea de salir sola me aterraba. La oferta de Mike llegó como un faro en la tormenta.

—Sí, gracias. Realmente lo agradezco.

DEFENDIENDO A UN CRIMINALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora