9. Ainhoa

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El doctor, por alguna razón que a día de hoy todavía no he llegado a entender, decidió pensar que sólo por estar muriendo tenía que caer en una depresión y necesitaba “apoyo emocional profesional”. ¿Que qué coño significa eso? Básicamente, que tenía que ir a un psicólogo para comprobar que no estaba “desequilibrada moralmente”. ¿Y yo qué podía hacer? Nada, simplemente cruzar los dedos para que la hora en aquella consulta pasase lo suficientemente rápido y pudiese volver a mi vida.
Y allí me hallaba, entrando en el salón o en lo que se suponía que era la sala de espera del séptimo b de un portal perdido entre calles no muy lejos de la ciudad.
Era una sala blanca, no muy grande, con poca decoración, un par de diplomas enmarcados colgando en la pared, un sofá a rayas azules y un par de sillas. En una de ellas, sentada con la espalda pegada al respaldo y las piernas estiradas, había una chica. Debía tener unos 14 o 15 años, iba vestida de negro y poco arreglada, tenía el pelo castaño claro un poco por debajo de los hombros, miraba al frente con la vista perdida, como si mi presencia y mi llegada no le importaran lo más mínimo, su expresión revelaba que no era muy amigable, ni amable, ni que tuviera ganas de estar allí, parecía que no quería estar en ningún sitio.
Me senté en la silla a su lado y la miré, esperando que me devolviera la mirada o que demostrara que sabía que yo estaba allí, y nada. Carraspeé un poco la garganta y por fin reaccionó, juntó las rodillas y dobló las piernas, volteó un poco la cabeza y se limitó a mirarme las piernas.
-Hola- dije haciendo un gesto con la mano, yo tampoco soy muy sociable que digamos, pero me aburría y tenía interés en esa chica.
-Hola- contestó seca mirandome por fin a la cara.
-Soy Diana, ¿tú?- vaya, no tenía ni idea de que decirla, que borde era.
-Ainhoa.
-Em. Encantada- dije extendiendo mi mano.
-Ajá.- se limitó a decir. Me extendió su mano también. Así es como pude ver una muñeca con cicatrices no muy antiguas que trataba de esconder con mangas largas y pulseras. Me quedé mirándolas, perpleja, y se dio cuenta. Apartó su mano y bajó la manga de su jersey nerviosa.- Y... ¿hace mucho que vienes aquí? Soy nueva en esto.
- Unos meses, casi un año, no sé.
-Ah.- hubo un breve silencio y yo no sabía que decirla.- ¿Es maja?
- ¿Quién? ¿la psicóloga? Supongo, todos tratan de ser majos cuando vienes aquí, ese es su trabajo ¿no?
- Si, ya. Sobretodo cuando te estás matando.- soy una bocazas, pero me estaba poniendo nerviosa. ¿Por que tenía que ser tan borde? No la había hecho nada joder.
Ella había bajado la mirada y me volvió a mirar con odio cuando escuchó mis palabras.
-¿Cómo dices?
-Tus muñecas, no puedes esconderlo, no a mí
-Tu que sabrás- apartó la cabeza y cruzó los brazos.
- Más de lo que tú te crees.- me volvió a mirar
- la gente como tú no lo entiende, vienes aquí a darme la chapa cuándo vuestra vida es maravillosa y no conocéis el dolor. -apreté los labios y siguió hablando- ¿o eso pretendes aparentar no? Me criticas cuando te delatan tus ojeras, y tus ojos, como si la gente normal entre la que intentas encajar viniese aquí por que sí.
- Tu que sabrás.- giré la cabeza para otro lado y le di la espalda.
Noté que como sonreía levemente con satisfacción. Me estaba poniendo de los nervios.
-¿y ahora qué? ¿te hace gracia?- dije ya alterada
- mira, ni tú sabes nada de mí, ni yo de ti. Así que limitate a esperar tu turno y dejame.
- joder, eres una borde.
- Ah, que se supone que tengo que ser maja con todos, ¿no?
- No estoy hablando de todos. Pero por lo menos conmigo intentarlo.- me levanté la manga de la chaqueta de cuero, me quité el reloj y le enseñé mi cicatriz, esa que nadie sabía de su presencia desde hace dos años. Me sentí rara. Fue como exponerme, como quitarme mi única protección ante una chica que ni si quiera conocía. Por un momento me arrepentí, sentí que después de esos años yo misma le había dado el puñal a aquella chica para destrozarme. Ella la miró incrédula, acercó su mano con pulso tembloroso y la acarició con la yema de los dedos, con la delicadeza con la que sostienes un pájaro, como si fuera delicada. Como si fuera bella. Entonces me miró a la cara con ojos vidriosos, me miró como si pudiera entenderme, por primera vez alguien parecía hacerlo. Y me abrazó. Sentía su respiración entrecortada en mi hombro. Se apartó de mi y se encogió en su silla.
- lo siento.- dijo.
Se secó las lágrimas con las manos y se levantó las mangas hasta el codo. Una hilera de cicatrices y heridas surcaba cada milímetro de piel. Algunas demasiado recientes. Entonces empecé a llorar y la abracé.
- lo siento.- dije yo también. Parece que la borde tenía su corazón.- Lo siento.

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⏰ Última actualización: Jun 20, 2016 ⏰

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