Los Peluches De Isabel

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Infancia

Una habitación blanca, completamente limpia, los muebles eran blancos, las sillas eran blancas, las macetas en la ventana eran blancas, el único color ahí era la pequeña Isabel, llevaba un vestido rosa y pomposo lleno de brillos digno de un cuento de hadas, en su regazo había un pequeño peluche, un conejo color miel al cual le faltaba una oreja.
Frente a ella había un escritorio, de color blanco y ropa del mismo color se encontraba un hombre con una libreta sobre su regazo, estaba sentado en una silla igual a la de Isabel, la miraba expectante, esperando una respuesta.

—Mi mamá me llevó a jugar, y me compró este peluche, también comimos helado y me columpió.–Fue la respuesta de la pequeña mientras jugaba con el conejo en su regazo, moviendo una y otra vez sus manos.

—¿Fueron al parque de la esquina? — preguntó el hombre, con una voz dulce contrastando con su fría apariencia.

—¡Sipi!, mi mamá dice que queda cerca y que así no gasta en pasaje. — Dejó de jugar con el peluche— ¡Pero me prometió que iríamos a la feria el siguiente mes!

—¿Hubo algo que salió mal?

—¡Ñom!, lo mismo de siempre, ella se quedó en la banca hablando con una señora y después se puso a llorar, intenté decirle que no llorara pero no me escuchó, así que solo seguí jugando con Samuel.

Su voz se volvió algo apagada al final, abrazó al peluche fuertemente y segundos después lo soltó, el hombre solo anotó algo que ella jamás leyó.

Pubertad

La misma sala, las mismas plantas, la misma ventana, pero esta vez detrás del asiento del hombre con bata había un buró alargado, el peluche de conejo se encontraba ahí, conservado en el tiempo. Esta vez Isabel llevaba un uniforme escolar, una falda gris y un suéter verde, acompañado de una coleta alta y unos frenos en los dientes. Sobre su regazo está vez había un llavero de peluche, era un oso blanco.

—¿Cómo fue tu día hoy? —habló el hombre con un tono más serio.

—Nada en especial, fui a la escuela y Samuel me regaló este llavero —Isabel enseñó tímidamente el osito de peluche. — Fue muy lindo, llevaba un chocolate pero me lo comí.

—¿Y cómo van las cosas con tu mamá, te dijo algo sobre el peluche?

—No, solo me miró y suspiró, después comimos y venimos, ella sigue pensando que solo me están jugando una broma. —Dio una pausa, apretó el oso y volvió a hablar, su voz se fue entrecortando. — Pero yo no creo que sea una broma, ¿no puedo ser suficiente por mi misma?, ¿por qué no puedo ser suficiente para ella?

Comenzó a llorar.

Adolescencia

Sala, mesa, buró y doctor, otra vez estaba ahí, sobre el regazo de Isabel había un peluche más grande que los anteriores, era un cerdito que abrazaba contra sí mientras pensaba en que decir.

—¿Sabe como arreglarme? —preguntó escondida en el peluche.

—Yo no arreglo personas, las ayudo a encontrarse, Isabel, no estas rota.

—¡¿Entonces por qué se fue?!, primero mi mamá me deja con mi papá, y después Samuel se va, ¿soy yo la que ha estado mal todo este tiempo?, ahora tengo que elegir muchas cosas, tengo que elegir una carrera después de la prepa y el tiempo se me acaba, ¡no sé quien soy!, todo estaría mejor si solo me quedara pausada, así como lo hizo Samuel.— Entre más hablaba más se escondía en aquel peluche, abrazaba su vida a él.

—Samuel tomó una decisión, no es tu culpa. Sigues aquí, quedarse en el ahora implica crecer, aún no podemos pausar el tiempo.

—Pues quisiera, esto es aterrador, todos los días tengo más miedo, no se que quiero y mis amigos cada día son menos, se siente como ir perdiendo en un videojuego. —Ese día lloró en toda la sesión.

Adultez

Isabel entró, una ligera impresión llegó a su rostro, la pared antes blanca hoy era rosa pálido, pero todo seguía igual, el buró con peluches seguía igual, estaba listo para agregar otro una vez más.

—¿Esta todo bien, Isabel? —El hombre habló.

—Si, jamás pensé ver un color aquí. —Dio una risita, a lo que el hombre respondió “Los cambios no sólo se dan en uno mismo, nuestro alrededor también cambia”.

Sobre el regazo de Isabel está vez había un león, parecía ya bastante usado, incluso un ojo estaba descosido.

—¿Qué tal te fue hoy?

—Bien, lleve a Ismael a la escuela, ya creció mucho y no quiere que lo acompañe, comí y vine aquí, traje al león, él ya no lo ocupa, hace mucho dejó de dormir con peluches —sus labios perfectamente maquillados rieron mientras movía al peluche con sus manos. — ¿Yo era así cuando era pequeña?

—Creo que él heredó muchas cualidades tuyas— Ambos rieron.

—Si, apenas y recuerdo cuando era niña— Dio un suspiro. — han pasado muchas cosas. Jamás pensé que volvería a estar bien.

Una lagrima cayó por un lado de su rostro, extendió el peluche y el doctor lo llevó al buró.

—¿Estas lista, Isabel? — cuando el joven volteó, los cabellos castaños eran blancos, y las arrugas en las comisuras de Isabel eran visibles, él seguía intacto, el tiempo nunca pasó por el, solo por Isabel.

—¿Ya no volveré, cierto? — No, no lo harás. — ¿Ismael estará bien? — Estoy seguro de que lo volverás a ver. —Estoy lista, ¿crees que me encontraré con Samuel? — El siempre te estuvo esperando.

El hombre extendió su brazo y la mano de Isabel se apoyó en él, caminaron hacia la puerta y la luz del exterior los rodeó, al final el doctor desapareció y la mujer salió sola, dejando atrás el viejo consultorio, desvaneciéndose en las memorias y recuerdos, todo se esfumó, menos los peluches de Isabel.

Desde el castillo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora