«No me quedan dudas de que la legión que se autodenomina los "Bandoleros" no necesita elegir a sus enemigos, pues basta con ser alguien ajeno al grupo para entrar en esa categoría. Sin embargo, estoy casi segura de que ellos no cuentan con que, a veces, sus enemigos pueden aliarse por ese denominador común. El factor sorpresa puede ser determinante en una guerra. En teoría, tenemos uno, por si alguna vez esa tensión se convierte en acción».
Diario de Dakota
Facundo encabezó la marcha cuya primera escala sería en el patio trasero de la casa. A diferencia de las ventanas del frente, que estaban tapeadas y apenas dejaban que la luz del interior se filtrara, las del fondo permitían que la luz de la cocina se tradujera en una penumbra. Por lo menos, esta contaminaba la oscuridad nocturna y visibilizaba las siluetas de los objetos que se distribuían en ese sector. Por supuesto que el alcance era limitado y la oscuridad se purificaba hacia el fondo, puesto que este tenía unas dimensiones considerables que superaban con amplitud la superficie de la casa. A simple vista, el área no difería de cualquier otra que Dakota hubiera conocido antes: barriles de plástico, tablones de madera, botellas de vidrio, entre muchos otros elementos, se distribuían de forma arbitraria sobre los límites del predio. Según lo que la experiencia le dictaba, estos debían permanecer allí bajo la premisa de que, en algún momento, podían ser útiles para quién sabe qué. Dakota se limitó a inspeccionar el lugar y no tardó en divisar un bulto gigantesco cubierto por una lona. La curiosidad se apoderó de ella y con disimulo se acercó al objeto que la superaba en tamaño por varios cuerpos. Antes de husmear por debajo de la lona, miró hacia atrás y buscó la aprobación del hermano menor.
—Creo que no hay nada que ocultar, al menos a vos —señaló mientras asentía con la cabeza en señal de permiso.
Por consiguiente, Dakota levantó la cobertura y bastó con descubrir la parte inferior para reparar en que se trataba de un vehículo. Aunque tendría que haberlo deducido por la silueta, la oscuridad atentaba contra la percepción de los detalles. Exceptuando el modelo y la marca, la camioneta era similar o compartía las mismas características que el vehículo que Dakota adquirió tras el asalto fallido de los bandoleros. Las sospechas se confirmaron cuando terminó de plegar la lona y vio la inscripción en el lateral del vehículo: ya la había visto antes, pues no quedaban dudas de que era un vehículo de los Bandoleros.
—Como dijo Vale, no sos la única que tuvo problemas con esas lacras —observó Facundo antes de que la chica se expidiera al respecto.
De hecho, antes de que ella pudiera responder al comentario del muchacho, su hermana lo llamó para que fuera a buscar el termo y el mate. Todo indicaba que el cruce con aquellos forajidos había sucedido hacía mucho, ya que ni siquiera la lona impidió que el polvo y la humedad si incrustaran en la superficie de la camioneta. Por otro lado, la presencia del vehículo denotaba una victoria aparente de los hermanos. De repente, un ruido estrepitoso que provenía desde el fondo, donde la luz no llegaba, alertó a la visitante. En todo caso, este hizo que la chica inspeccionara el lugar con mayor detalle y su mirada se detuvo en lo que parecía un sepulcro humilde, adornado con flores y marcado por una cruz de madera.
—Tranquila, son los animales —aclaró Facundo a espaldas de ella—. Mañana te los mostramos. Si te parece, vamos para el techo —sugirió al tiempo que volvía sobre sus pasos.
El puesto de vigilancia los esperaba en el techo de la construcción. El único acceso lo proveía una escalera rudimentaria apoyada en el borde de la cornisa. El hecho de que este se situara en el fondo se reducía a una cuestión estratégica que resultaba lógica. Facundo subió primero y, una vez arriba, estiró los brazos para que Dakota le alcanzara el termo y el mate. El muchacho esperó a que ella llegara a los últimos escalones para darle una mano al final de la escalera. La superficie estaba limitada por una suerte de muro bajo que no superaba los treinta centímetros y que, a fin de cuentas, no era más que un detalle ornamental. La hegemonía plana del techo se interrumpía a los pies de una pequeña construcción que se alzaba en la parte frontal. A simple vista parecía un campanario formado por cuatro columnas que sostenían una cúpula semiesférica. Aunque la estructura no se acoplara del todo al resto de la construcción, se notaba que los detalles ornamentales pretendían subsanar esa diferencia arquitectónica. Asimismo, la oscuridad se encargaba de disimularla y las circunstancias les restaban importancia a esos detalles. El campanario proveía espacio suficiente para que ambos jóvenes se resguardaran en su interior. Cabía destacar que el lugar estaba acondicionado con almohadones y mantas en procura de aportar comodidad y abrigo, sobre todo, durante las noches de invierno. Sin más, Facundo colocó el rifle en un trípode bajo y le encargó a Dakota que se ocupara de cebar el mate. La noche rural proporcionaba un silencio apenas corrompido por el rumor de la brisa primaveral. Dakota esperó que el muchacho encendiera un foco de luz que apuntaba al frente de la construcción, pero eso no sucedió. El chico advirtió ese detalle y se expidió al respecto.
—Solo lo usamos en casos extremos —puntualizó.
El comentario despertó la curiosidad de Dakota, que no tardó en preguntar.
—¿Y cómo hacen? Digo, a oscuras parece medio...
—Esta tiene visión nocturna —señaló en referencia a la mira del arma—. No podemos darles ventaja a los intrusos. Si necesitan luz para moverse ahí afuera, mejor que sean las suyas —explicó—. Eso sí, al precio de quedar expuestos —agregó.
El razonamiento era simple pero audaz: sin necesidad de anunciarse, el muchacho tenía un panorama privilegiado y los recursos para localizar a los visitantes indeseados y, por ende, ultimarlos si resultaba pertinente.
—Qué bien pensado —admitió Dakota—. Me saco el sombrero que no tengo —bromeó mientras ponía el mate en órbita—. Supongo que han bajado a más de uno en estos años —especuló con la intención de ahondar en el asunto.
El muchacho le dio unos sorbos a la bombilla y se aseguró de vaciar el recipiente antes de enunciarse.
—Aunque te parezca increíble, nunca tuvimos una irrupción nocturna —reconoció—. Ahora bien, si me preguntás por emboscadas, esas sí que hemos tenido (y varias) —detalló.
La conversación fluía sin dificultades y, aunque tal vez fuera casualidad, lo hacía por las aguas que Dakota quería transitar. El último comentario de Facundo le dio pie para realizar una presunción que demandaría otra respuesta.
—No quiero incomodarte —aclaró de buenas a primeras—, pero ¿la camioneta de los «Bandoleros» y ese santuario al fondo tienen algo que ver? —indagó con la mayor delicadeza posible.
—No, está bien. Tampoco es necesario el eufemismo, tal vez con Valeria sí —señaló en referencia al santuario—. Digo, es una tumba en la que descansa un ser querido, solo eso —dejó en claro—. Es una larga historia.
Dakota entendió la situación, aunque no supo determinar la naturaleza del comentario. Quizá se trataba de una evasiva, o bien de una simplificación extrema de la historia que se escondía tras esos dos elementos: un trofeo de guerra y un santuario. Asimismo, esbozó una última insinuación.
—La noche también es larga y soy toda oídos.
Facundo comprendió lo que aquella visitante quería escuchar, pues ella también dibujó una sonrisa inquisitiva y perspicaz, tal como la de un niño que espera recibir un regalo. En consecuencia, extrajo una petaca que contenía una sustancia color ámbar y se dispuso a rememorar aquel episodio.
—Bien, pongámonos a tono, entonces —sugirió.
La noche recién empezaba y, a pesar de que los jóvenes apenas se conocían, el muchacho no tendría problemas en abrirse con Dakota. Más allá de que este tuviera la compañía de su hermana, había recuerdos que ambos omitían a diario en procura de mantenerlos en lo más cercano al olvido. Por lo general, Valeria impulsaba esa iniciativa y su hermano menor la acataba. De igual manera, Facundo estaba dispuesto a revelarle parte de su pasado. En un mundo donde la existencia se reducía a sobrevivir, el pasado parecía ser la única forma de conocer al otro.
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Después de los días
Science FictionHan pasado alrededor de cinco años desde que la civilización cayó de rodillas ante un virus que surgió del deshielo. Hubo una ínfima parte de la población mundial que no contrajo el virus, a pesar de su nivel de contagiosidad sin precedentes. Las ci...