- L I M E R E N C I A -

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Estado mental involuntario resultado de una atracción romántica por parte de una persona hacia otra.

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Con el pasar de las semanas, la diosa menor de las cosechas empezó a preocuparse. Hacía sus tareas diarias, visitaba los cultivos que ya estaban en víspera de brindar sus primeros frutos y atendía cada una de sus lecciones con su madre.

Pero se sentía diferente, como si le faltara algo, pero no quería atribuir su estado de aturdimiento a la ausencia de cierto dios del Inframundo.

No obstante, su muda rutina de mirarse a la lejanía se convirtió en parte del día a día de Perséfone. 

Estaba tan frustrada, sobre todo porque no podía hablarlo con nadie: decirle a su madre no era opción, armaría un escándalo; si lo consultaba con Iris o Hermes se iban a enterar hasta en el Tártaro.

Sus divagaciones pararon cuando un enorme borrón negro embistió contra ella.
Sintió como su vestido se rasgaba y como los brazos se llenaban de tierra y arañazos.

Al incorporarse, una enorme criatura ya estaba lista para arremeter contra ella de nuevo.

—YA BASTA CERBERO— escucho el grito, una criatura con alas intentaba calmar a la enorme bestia, pero este estaba lejos de obedecer.

Las ninfas gritaban horrorizada, poniendo más nerviosa a la criatura que no dejaba de moverse.

Persefone sabía que si lo dejaba huir, con esa energia sería capaz de destruir media Grecia.
Con cuidado, raíces emergieron de la tierra, impidiendo su movimiento. Poco a poco, la criatura se doblega y es ahí cuando Perséfone puede apreciarlo bien.

Era un perro.

Un enorme perro.

Tenía tres cabezas, con un pelaje lustroso azabache, con grandes colmillos, con unos ojos igual de negros, sumamente dulces. La criatura estaba aullando, anhelando ser libre. Es tal su tristeza que Perséfone esta tentada a soltarlo.

—Oh por Estigia— continuó parloteando la criatura con alas, al ver el desastre que Cerbero había causado a su paso.

—Insisto en que debemos dejarlo encadenado en los campos de Asfodelos— dijo una segunda voz. Era un escuálido chico, el cual sujetaba una cadena que debia tener magia.

Algo dijo la erinia, sonó a sabes que el ya tiene un puesto especial, pero el dios de la muerte pacífica  tenía otras ideas.

Las seis orejas del perro detonaron tristeza ante los gritos.

—¡No me veas así!— regaña Tanatos, resistiendose a la ternura del enorme perro, mientras Tisifone intentaba encadenarlo.

—Por cierto, gracias por su ayuda— reverencio Tanatos a la diosa de la primavera. Perséfone asintió, aún sin saber quién era.

Pero olía distinto. Olía a muerte.

—¿Crees que el se entere?—preguntó la erinia, pensando en cuáles podrían ser las represalias.

—Yo diría que si.

Una tercera voz intervino.

Seis cabezas voltearon en dirección a Hades. Las tres cabezas de Cerbero buscaban a su amo, el cual rascaba la tierra y aullaba para ir hacia el. Tanatos y Tisifone se inclinaron en una reverencia.

Y Perséfone...

Bueno, Perséfone se quedó parada, sin saber muy bien que hacer.

—Al paracer alguien recuperó su buen humor— dijo el dios, acariciando las tres cabezas caninas que se peleaban por su atención —Le agradecería mucho si suelta a Cerbero. Como podrá notar, no le gustan las ataduras.

I N E F A B L EDonde viven las historias. Descúbrelo ahora