Cuando empezaron a llegar en masa los estudiantes a los centros de salud de la región nadie se hubiera imaginado que Don Waldo era el responsable. Los síntomas eran vómitos, deshidratación, cefalea e indigestión. Las enfermeras a cargo reportaron que en la anamnesis coincidían los datos del almuerzo, llegando a la conclusión que eran los garbanzos en mal estado o los huevos del desayuno.
Las autoridades fueron a investigar y cerraron el liceo por tres días. Doña Olga la maestra del casino que estaba en el primer piso no entendía lo que había pasado. Siempre revisaba cada empaque con la fecha de vencimiento e incluso ella almorzó ahí pero no le hizo mal. Los profesores también se habían enfermado, pero muchos de ellos aseguraban haber llevado sus colaciones. Al final se cerró el caso sin resultados convincentes para la mayoría, pero como no había ningún muerto no era tan importante.
Antes del incidente Don Waldo había presentado una licencia de 5 días por faringitis y su ausencia pasó desapercibida mientras se hacían las investigaciones. Era un simple administrativo solitario encargado de la puerta o en algunas ocasiones manejaba las llaves de la bodega, la sala de enfermería y el estanque de agua potable. Sus colegas no compartían con él debido a sus raros comportamientos. Algo común, ya que desde pequeño causaba desconfianza entre sus compañeros de colegio, porque le gustaba coleccionar insectos vivos. Los dejaba en un frasco de vidrio y los secaba al sol. Tenía mariposas, chinitas, escarabajos, chanchitos de tierra, moscas, arañas y polillas a montón. Sus abuelos no le prestaba mucha atención, pensaban que era una afición normal de esa edad curiosa.
En su adolescencia se iba en bicicleta por la carretera, buscaba algún animal muerto, sacaba su libreta y se sentaba a una distancia prudente. Era todo un espectáculo observar los cambios de la materia en descomposición de los gatos o perros atropellados que solían ser los más comunes. Llevaba también un cuchillo para abrir el estómago de los animales y que soltaran los gases acumulados. Además, de esa manera podría observar mejor las larvas que comían en su interior. Desde que sus padres lo dejaron abandonado en esa casa la única figura de autoridad era el abuelo que decía que su nieto estaba enloqueciendo y la relación era cada vez más distante.
El mejor recuerdo que tenía de su infancia era una vaca muerta que se había escapado del corral y se metió en el camino de un camión. Dejó la carretera con un gran manchón de sangre. Ese mismo día llevó una cuerda, se la amarró al cuello y la tiró hasta el sitio vacío cercano donde le llegaba el poco sol del otoño. Se tapó la boca con un pañuelo amarrado a la parte de atrás de su cabeza. Sacó el cuchillo de su bolso para empezar el ritual. Le abrió el estómago para que soltara los gases, le cortó la lengua y dejó los ojos en un frasco de vidrio. Allí espero hasta que la naturaleza comenzara a hacer su trabajo. Le causaba placer masajear en círculo cada dedo con el pulgar mientras sentía el calor de la sangre en sus manos.
Cuando salió de enseñanza media entró a trabajar en un liceo, no tenía tiempo para buscar animales muertos en la carretera y dejó pasar algunos meses. El establecimiento era tan grande que las palomas hacían nido en las ventanas de las salas de clases. El primer año cuando la directora le pidió limpiar esos lugares sus ojos brillaron como a un niño que le regalan su juguete favorito. La adrenalina se apoderaba de él cada vez que atrapaba una de esas aves. Las agarraba con una malla, las acercaba rápidamente al muslo de su pierna derecha, colocaba la mano rodeando sus pequeñas cabezas, su dedo pulgar en el cuello apuntando hacia abajo y sin esperar más las desnucaba de un tirón, igual como la abuela lo hacía con las gallinas para la rica cazuela antes de pasar a mejor vida. Así estuvo varios años saciando su sed.
Pero, ya no lo podía soportar más, el recuerdo de la vaca se le venía a la cabeza insistentemente, las palomas se hacían pocas, necesitaba un animal más grande. Una noche que le tocaba quedarse de guardia en el liceo, agarró a un perro callejero, lo llevó a la sala donde estaban los pozos de agua que abastecían al segundo y al tercer piso, se sacó la ropa, sacó un cuchillo que se había robado de la cocina y comenzó a descuartizarlo. Al terminar el ritual, se vio lleno de sangre ¿Cómo saldría de ese lugar sin dejar marca? Si, era una buena idea la que se le vino a la cabeza. Él era el encargado de las llaves así que nadie entraría ahí a echarle cloro a los estanques mientras él estuviera trabajando. Esa habitación se convirtió en su guarida. Una vez al mes llevaba un animal muerto, se desvestía, veía escurrir la sangre desde sus manos hasta los codos y se metía en los estanques para lavarse. El animal muerto lo dejaba en una bolsa negra en la calle para que se la llevara el camión de la basura a la mañana siguiente.
La aventura terminó un día antes de que los estudiantes se intoxicaran en masa, presentó la licencia de faringitis y en la noche entró con una maleta a su guarida. Se desvistió, sacó el cuchillo y comenzó la matanza. Dejó el cuerpo en el suelo, le abrió el estómago, le sacó los ojos, le cortó la lengua, arrancó la piel y cortó cada nervio que encontró en su camino. Fue más fácil de lo habitual, la carne estaba tierna. Sabía que ese iba a ser su última vez y lo disfrutó como nunca.
A la vuelta a clases, después de los 3 días de investigación, como no llegó Don Waldo otro administrativo tenía que ir a mirar el paso del cloro al estanque antes que llegaran los estudiantes. Se consiguió la copia de la habitación subterránea, pero no fue capaz de entrar. Llamó de inmediato a los carabineros para reportar el crimen. Un hombre de aproximadamente 80 años estaba descuartizado dentro de las bodegas de agua rodeado de plumas de palomas y restos de otros animales en descomposición. Al pasar las horas se descubrió que en uno de los pozos de agua estaba muerto un administrativo nadando en sangre y con su cuerpo lleno de cortes. La directora dijo que nadie podía enterarse de lo que había pasado, así que los estudiantes volvieron a clases como un día normal, pero mirando con recelo a doña Olga.
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CUENTOS DEFORMES: misterio, tragedias, distopias
Conto"Cuentos deformes" presenta una selección de escritos breves sobre mundos distópicos, enfermedades raras, historias familiares, relaciones trágicas, canibalismo, entre otros temas que te harán pensar en los vicios de la sociedad. Los recursos del hu...