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Pasé casi una semana entera buscándolo, buscando ese lugar que lo tuviera a él, que fuera él. Quería darle un hogar que fuera muy diferente de aquella casa de mala muerte de donde lo sacaron a la fuerza.

Lo busqué por muchos lugares hasta que por fin lo encontré, era una casa muy bonita, ahí lo podía mirar, estaba seguro de que sería perfecta. Inmediatamente lo supe y no dudé en llamar a alguien de confianza para que me ayudara a decorar la casa. Sería para él, para ambos, pero más para Duncan, esta ahora era su casa, el lugar donde pasarían muchas cosas en un futuro cercano e incluso lejano, solo que no tenía en cuenta que tal vez ya no estaría para ello.

Era demasiado egoísta y posesivo para dejarlo ir. El dejarlo escapar fue mi única suavidad, por eso me resistí tanto a saber cómo escaparía y salí todo el día de la bodega, para no estar cuando eso pasara y que me diera por detenerlo. Pero ahora, claro que no lo dejaría ir, ya no.

Después de que la casa estuvo lista la revisé en cada rincón, quería que él azul estuviera presente y que también las cosas favoritas de Duncan estuvieran ahí: libros. Una gran biblioteca solo para él, solo por él.

Dejé la casa en cuanto confirmé que todo estaba bien, me fui directo al hospital, lugar que no había pisado como en cinco días, aunque creo que estaba mejor así, tal vez Duncan necesitaba a otra persona a su lado que no fuera yo. 

En cuanto llegué al hospital lo encontré listo y con ansias de salir ya de ahí, supongo que no era nada bueno estar en un hospital, pronto llegamos a la que sería nuestra casa, él estaba asombrado con lo que veía, era una casa grande, no podía negarlo, sé que él no estaba acostumbrado a este tipo de lugares. 

Por mi parte, me sentía algo mal, como se dice: lo estaba encerrando en una jaula de oro, que a final de cuentas no dejaba de ser una jaula. Pero si luchaba contra mis propios demonios, estaba seguro que la victoria no sería mía, ante la negatividad uno a veces se deja llevar. 
Tenía la esperanza de que mínimo en este lugar estaría mejor, hablaría con Layla y Derek, tendría más libertad.

A partir del nuevo cambio de lugar, decidí cambiar yo también, le di su espacio, que se adaptara a la casa, a su nueva vida, a él mismo... Pero podía notarlo, podía ver en su cara el hecho de que le parecía extraño que no lo tocara, supongo que a final de cuentas estaba igual de jodido que yo, mi jodencia se le había pegado. Lo había quemado. 

Una de esas noches dormimos juntos, acurrucados uno con el otro, a simple vista podíamos parecer cualquier pareja normal que se quería, pero no era así, estábamos lejos de serlo. Yo era un maniático que lo había encerrado por su propio placer y él era alguien que no merecía estar encerrado. No dejaría de reprocharme lo que había hecho, más tampoco podía cambiar, mejor dicho no podía separarme de él. Además, de sus propios labios nunca oí decir que quería irse, nunca lo escuché y eso no hacía más que dar a entender a mi puto cerebro que estaba bien conmigo.

Por las noches admiraba su espalda, lo miraba dormir mientras permanecía sentado junto a la cabecera de la cama, el sueño no siempre era mi aliado, a veces no dormía, solo fingía hacerlo. Los demonios que vivían en mi interior, también encerrados, me hablaban por las noches, me hacían repetir una y otra vez todo lo que había pasado en mi corta, pero larga, vida. Sabía que era inútil pelear con ellos, sabía que era inútil ahogarlos en alcohol porque ellos sabían nadar. 

Duncan Foster, él era la luz que me había alumbrado al final del camino, me había rescatado, era tonto pensarlo, decirlo, pero era así, era diferente, muy diferente a mí. Verlo te transmitía una paz muy bonita, su forma de andar, sus ojos, todo eso me daba tranquilidad. Había cosas de él que estoy seguro que nadie más que yo había notado, cuando leía tenía esa extraña manía de morderse los labios y hacer expresiones conforme lo que leía. Sabía que los libros le gustaban mucho, tanto como para conmoverlo al punto de casi llorar con la lectura. 

Uno de esos días dentro de la casa se derrumbó, hablar con Layla lo hizo sacar todo, escuché parte de su conversación hasta que decidí salir de atrás de la pared y alejarlo de Layla para abrazarlo yo, lo abrazaba fuerte, intentando reunir cada uno de los pedazos que se habían roto. No me separé de él en ningún momento hasta que dejó de llorar, aun así seguí abrazándolo y cuidando de él, no me dormiría rápido, así que solo lo observé dormir mientras acariciaba su cabello. Quería que sus demonios fueran míos, yo ya no tenia nada que perder si cargaba unos cuantos más, pero que él los tuviera consigo me era como un castigo para mí. Al día siguiente fui yo quien sintió el miedo. 

- ¿Cuánto tiempo más me tendrás aquí? - fue lo que me preguntó mientras comíamos, ¿se quería ir? Es decir, ¿ahora sí me lo pediría? Era fácil mi respuesta, su palabra era lo único que me haría dejarlo ir, ya no quería tenerlo a la fuerza, ya no porque supe lo que era tenerlo a la fuerza y me lo reprochaba cada noche. 

La deuda de su padre, era eso lo que lo detenía, me sentía triste porque pensaba que era compromiso, obviamente pensaría eso, si era la única razón por la que estaba aquí, según lo que él sabía. Desconocía el hecho de que mi propia obsesión lo había traído hasta aquí, si lo supiera seguro me odiaría, pero era un secreto que me llevaría a la tumba. 'Se acabó', esa fue mi respuesta, había hecho demasiadas cosas con él y habíamos pasado por muchas más juntos como para seguir cobrándole descaradamente algo que ni siquiera era el motivo de su encarcelamiento, ni tampoco su responsabilidad.

Le pedí perdón porque de verdad sentí que debía hacerlo, más bien quería hacerlo, quería obtener su perdón y poder seguir viéndolo a la cara, tanto daño le había hecho que simplemente la idea de estar cerca de él más de la cuenta me hacía seguir culpándome por todo, porque realmente era mi culpa. Ya dije que él era luz al final de camino y eso me lo confirmó más, el hecho de que me haya dicho que me perdonaba y que todo quedaba atrás. No lo merecía, por eso estaba encerrado, por mi egoísmo y obsesión, porque sabía que en su vida se fijaría en un pobre diablo como yo, que estaba consumido por el fuego y jodido hasta los huesos. Lo quería. Era amor, al menos como yo lo conocía. Y vaya qué jodido amor. 

Ese día toqué para él, nunca lo había hecho para nadie más que mi madre, desde pequeño la escuchaba tocar hermosas melodías, ella me enseñó a tocar algunas, comenzando por "Estrellita, ¿dónde estás?", aunque tocaba mal siempre la tocaba para ella en las noches, ella amaba a mi padre, pero él, él era un imbécil que, aunque si la quería y se lo demostraba, la engañaba cada que podía. El piano se volvió un instrumento preciado para mí, aunque mientras viví con mi padre no volví a ver uno porque eso era de ella, de mi madre y era como si se lo hubiera llevado consigo en la muerte.

- Cuando encuentres a alguien importante para ti, tócale una canción, las canciones tocan el alma y el corazón, así que no te contengas y hazlo, transmítele todo con una melodía. - me dijo una noche mientras miraba a la nada, seguramente pensando en mi padre. Por esa frase nunca volví a tocar el piano a menos que estuviera ella, y cuando ya no estuvo no volví a tocar uno, pero siempre intentaba recordar cómo hacerlo, hasta que decidí que debía tocar de nuevo para que, donde sea que ella estuviera, me escuchara. 

Toqué y canté para él, por él, por lo que sentía, por ese amor tan retorcido que había florecido desde que lo conocí, "Turning page", esa canción lo describía, describía lo que sentía hacia él. En ese momento lo pude ver en sus ojos, había algo que era diferente a antes, su mirada había cambiado y apenas me percataba de ello.

Tal vez había amor en ella. 

El Privilegio De Ser Tuyo | A.W.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora