• CAPÍTULO 21

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THE BLACK SISTERS
CRUCIO
XXI. Nynphadora Tonks
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Los cristales de los ventanales en la botica de Andrómeda estallaron de un segundo a otro. La bruja abría una mañana y podía sentirse aquella tensa tranquilidad que suele posicionarse cuando todo está a punto de desmoronarse.

Andrómeda caminó con cansancio debido ya a sus ocho meses de embarazo, limpiando las encimeras y los frascos con las hierbas para que todo luciera perfecto y acogedor como le gustaba que estuviera.

Eso hasta que de pronto, todos los ventanales estallaron sin previo aviso.

Andrómeda atinó a agacharse y cubrir su cabeza, pues no tenía idea qué había acontecido. No obstante, sus pensamientos solamente podrían llevarla a su hermana Bellatrix. Hacer estallar cosas era algo muy propio de ella, pero después de la explosión vino la calma, y de ella no emergió la voz de la bruja.

La joven sacó la varita de su saco, oculta debajo de una de las encimeras de madera, sentía que la respiración subía y bajaba con rapidez, el corazón saltaba dentro de su pecho. No obstante sabía que necesitaba mantener sus ideas claras, había una persona que probablemente hizo estallar sus vidrios a propósito y no era nadie que quisiera verla para tener una conversación.

Además debía protegerse, a ella y a la pequeña que cargaba en su vientre.

Sacó su cabeza a través del mueble y percibió una figura masculina en medio de los cristales hechos añicos esparcidos por el suelo. Lo conocía perfectamente y sintió que la rabia comenzaba a hacer presa de su interior.

Allí fue cuando todos sus recuerdos emergieron. Y sus ideas sobre libertad afloraron como un torrente.

Nada había cambiado, los hombres siempre se creerían con el derecho de que tenían poder sobre ellas.

¿O qué era el acto que se había llevado a cabo recién?

Sin pensarlo apuntó su varita sobre la lámpara que colgaba en el techo y conjuró un hechizo para poder imposibilitar a su atacante.

—¡Reducto!

El hombre se apartó, librándose de ser aplastado por el candelabro. Se volvió con agilidad y notó la presencia de la bruja a un costado de la habitación. Sus ojos fueron mirándola completamente, percatándose de la forma en la que había cambiado, de cómo sus facciones dulces ahora eran las de una mujer aguerrida y audaz.

—Vaya, vaya. Antes jamás te hubieras atrevido a hacer eso— murmuró en tono burlón—, algo bueno que hayas conseguido en estos últimos años.

Edmund Warrington no había vuelto a ver a Andrómeda desde que ella lo dejó el día de su matrimonio. Desde ese momento desarrolló y cultivó un sentimiento de venganza y rencor alimentado por los recuerdos y las burlas que su círculo sembró.

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