La piel me arde, me quema. Se desgarran mis músculos, se deshielan mis ojos. Mis manos, insensibles, yacen en el suelo de un piso que no es el mío. Frío, brillante, viejo.
Enormes manchas rojas se expanden a lo largo de mi cuerpo, arropándome en un manto de amapolas que me clava sus espinas.
Una garra invisible se mete dentro de mi garganta y me agarra las cuerdas vocales; no puedo hablar.La garra se introduce con violencia dentro de mi cuerpo, arrasando sin piedad los pulmones y el corazón, provocando un shock que paraliza mis miembros.
No sé si estoy muerta. No sé si estoy viva. Imágenes febriles se agolpan en mi mente. Veo las vidas de otra persona que supuestamente soy yo. Tan cansada, tan complaciente. Matándose poco a poco.
Adolezco de un dolor del que nadie puede sanarme. La tierra me conoce y me acuna entre sus brazos, tratando de aliviar el daño que brota de mis nervios.
Mi cuerpo es una herejía. La boca me sabe a azufre. La piel me arde, me quema. Se desgarran mis músculos, se deshielan mis ojos.
Estoy aquí. Tirito. Enfermo. Caigo.
Tiemblo.
Mis labios están secos.
Mi cuerpo es una herejía.