Papá es un verdadero héroe

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Advertencias/ Trigger Warning: Mención de descripción gráfica, muerte de personajes, posibles spoilers del manga, odio a Mitsuki, intento de acoso a menores

Tag adicional: Liga de Villanos, traidor

Pairing: Ninguno

Palabras: 5254

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Resumen: Shigaraki decía odiar a los niños, pero tras toparse con un mocoso de ojos rubíes empieza a creer que no es tan malo tener a uno cerca.

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Odiaba el verano. Bueno, los días calurosos en general. Shigaraki se veía obligado a caminar bajo el tortuoso sol del mediodía con una capucha y abrigo, con tal de no ser descubierto.

Aún no era un conocido villano (para bien suyo), pero su maestro le enseñó nunca debía de bajar la guardia. Pero eso no quitaba el hecho de que se estaba ahogando en calor y sentía su piel arder con cada paso. Y encima a esa hora había decidido salir, cuando el sol estaba en su punto más alto. Perfecto, maravilloso.

Había terminado una pequeña misión, acabando con la vida de presuntos traidores de la Liga. No valía la pena dejar a la mala hierba seguir creciendo, así que lo lógico fue cortarla de raíz. Y no se iba a engañar, hacia mucho que le apetecía practicar con su quirk.

Comprender qué hacía en medio de una plaza repleta de mocosos que no debían sobrepasar los cuatro años no era algo sencillo. Porque para empezar ni Tomura sabía en qué momento aparecieron. Al parecer, y con el calor afectando su cerebro, había caminado sin rumbo hasta llegar ahí. Lo que le faltaba, escuchar a críos chillar o jugar a los héroes mientras madres hablaban entre sí.

Increíble, espectacular, menuda suerte de mierda tenía Shigaraki.

Odiaba los niños, si. Eso hacía. Detestaba verlos sonreír y jugar como si todo en el mundo estuviese bien. Algo que él jamás pudo experimentar por culpa de su peculiaridad.

—Accidentes del demonio, ojalá no les limpien bien el culo cuando les tengan que cambiar sus pañales— escupió cuando uno de ellos chocó 'accidentalmente' contra él, pegándose unos caramelos y trozos de plastilina en sus pantalones.

Ugh, luego robaría ropa nueva. Primero tenía que llegar a su guarida. Esos mocosos tenían suerte de que no matara niños, no iba en sus planes añadir homicidio a menores a su lista de delitos aunque la idea era bastante tentadora. Eso y con la presencia de las mujeres en grupo le hacía pensárselo dos veces.

Nah, no valía la pena. Podía pensar que a futuro esas ratas se darían cuenta de que muy probablemente eran condones rotos, se reía con más ganas de imaginarlo.

Y estaba a punto de irse con esa misma aterradora sonrisa de no ser porque su mirada rojiza se fue hacia un niño en particular.

Cabello rubio, ojos rojos como los suyos y con tanta ropa encima que estaba segurísimo que el pobre se debía de estar sofocado del calor. Al lado suyo y con una expresión asquerosa, un señor lo estaba sosteniendo de la manita, mirando a todos lados y alejando al mocoso cada vez más del grupo. El crio ni siquiera parecía quejarse ante la obvia fuerza que empleaba el mayor, era como una muñeca de trapo.

Ninguna mujer se había percatado de la ausencia del niño, o si lo hicieron, lo habían dejado ser. El de pelo celeste frunció el ceño. ¿Cómo era posible que dejaran al niño irse cuando era obvia su mueca de incomodidad?

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