I need some fine wine

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-El amor es una tontería. Yo no tengo tiempo para esas cosas.

-Venga ya, rubito. Hasta tú sabes que no tienes razón esta vez.

-No pienso debatir ni un minuto más esta cuestión. Esto es una pérdida de tiempo.

Aquellas palabras fueron como una puñalada para Jehan, que había tenido la desgraciada osadía de sacar el tema. Estaban hablando del enamoramiento de Marius y Jehan se había atrevido a decir que le parecía romántico. Tras el resoplido de Enjolras, le preguntó, con toda su no tan inocente inocencia, si es que tenía algo en contra del amor.

-No -había respondido el líder- , mientras se mantenga bien lejos de mí y deje de distraeros a todos.

-¿Distraer? -se había burlado Éponine- ¿Pero qué eres, una estatua de mármol? Los sentimientos no son distracciones, rubito.

Enjolras, para variar, no había dado su brazo a torcer.

-¡Pérdida de tiempo! -rebatió entonces Jehan, con una expresión de total horror en el rostro- El amor, Enjolras, es lo más cerca que estaremos de entender lo divino. El amor nos torna humanos, dota de sentido a nuestras vidas. Lo más hermoso que puede vivir un hombre es amar y ser a cambio amado.

-Hazle caso al poeta -sonrió Éponine, apurando la copa de vino- , que sabe de lo que habla. ¿O es que quizá ya sabes lo que es el amor y lo resientes tanto porque no te es correspondido?

Enjolras, si es que aquello era posible, palideció aún más. Su rostro angelical se tornó fiero, duro como el mármol. Sus ojos de zafiro centelleaban de rabia.

-Cierra la boca, Ponine. Y ve a arreglar tu propia vida antes de dar lecciones a los demás.

Éponine entrecerró los ojos, fulminándolo con la mirada. Voy a ser clemente esta vez, se dijo. Quizá el muy idiota no sabe hasta qué punto es mala idea molestar a una bruja en un mal día.

-¿Disculpa? -había una amenaza velada en su voz.

-Me has oído -la voz marfileña de Enjolras restalló por todo el café- . Ocúpate de tus propios asuntos.

Éponine gruñó. Apretó los dientes.

-Bueno, bueno, ya está bien, amigos -interrumpió Courfeyrac, intentando calmar las cosas- . Ya basta. Acordemos estar en desacuerdo. Volvamos al tema del día, ¿eh? La censura de la libertad de prensa, ¿recordáis? Eso es importante.

-¿No concuerda conmigo, monsieur de Courfeyrac? -preguntó inocentemente Jehan, con una dulce caída de pestañas- ¿No es el amor importante? ¿No basta un beso para dar sentido a toda una vida?

Courfeyrac tragó saliva visiblemente y se derritió en el sitio. Combeferre levantó la mirada del libro que estaba leyendo, enarcó una ceja y resopló con suavidad.

-La libertad de prensa -repitió Enjolras, tratando de volver a centrar la conversación.

Entonces Grantaire, que había estado dormitando en un rincón, levantó la cabeza.

-¡Libertad! -alzó su copa de vino con tal bramido que asustó a Joly, casi provocando que se tragase su pipa- ¡Libertad, la palabra con significado más abstracto, sólo por detrás de "patria" y "pueblo"! ¿Quién entiende la idea que se esconde en estas sílabas si jamás puede aspirar a alcanzar un significado que no se escurra entre los dedos? Pasarán los siglos, igual que han pasado, y sus nociones cambiarán, jamás serán sólidas y jamás serán alcanzables. Podéis hablar, debatir y filosofar todo lo que queráis, pero ni en mil años hallaríais la respuesta. La gente ha muerto por conceptos abstractos que jamás significaron nada y aquí estáis vosotros, aspirando a seguir ese camino, porque todo se repite. ¡No nos queda más que vino y olvido para luchar contra ello!

-Grantaire -gruñó Enjolras- . Cállate. No interrumpas cuando estoy hablando.

-No hables cuando estoy interrumpiendo, Apolo –Grantaire le guiñó un ojo y brindó al aire antes de vaciar su botella de un trago.

Enjolras enrojeció. Abrió la boca para responder, y los gritos empezaron.

Los demás, habituados a aquel tipo de intercambios entre los dos, los ignoraron. Combeferre comentó algo sobre el rey y la libertad y pronto la discusión filosófica se reanudó.

A Éponine nadie le prestaba atención. Era la consecuencia de ser la única mujer del grupo. Los estudiantes se enfrascaban en sus propios debates y ella solía pasar desapercibida. Normalmente, aquello le hacía gruñir. Tan cultos que se creían, tantas lecturas, tanto Robespierre, tanto Rousseau... a ver cuándo se atrevían sus amigos a echarle un ojo a Olympe de Gouges.

Aquella vez, sin embargo, su invisibilidad jugaba en su favor. El líder por fin dejó en paz a Grantaire y se unió al debate, mientras este volvía a desplomarse sobre su mesa. Éponine echó un vistazo a su alrededor. Los vasos de sus amigos estaban todos prácticamente vacíos. Pronto se lanzarían a por las jarras para rellenarlos.

Sacó el frasquito rojo de entre sus faldas raídas. No era precisamente el uso que quería darle, pero merecería la pena. Cosette podía esperar.

-Aleixandre Enjolras -susurró sobre el frasquito.

Con una sonrisa traviesa, vertió su contenido en las jarras de vino.

-¿Qué haces, brujita? -preguntó Grantaire, que no estaba tan dormido como parecía, mirándola con suspicacia.

-Ah, una pequeña bromita, no te preocupes, no es nada malo –ella se encogió de hombros con una sonrisa- . Ya verás, mañana nos reiremos de ella.

Grantaire enarcó una ceja, pero se sirvió más vino y apuró el vaso de un trago.

Éponine se sonrió. Desde luego, aquello iba a ser divertido.

Wine and some other nice thingsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora