and you,

58 9 108
                                    

-Enjolras, amigo mío. Qué elegante vienes hoy. Estás radiante.

Enjolras enarcó una ceja. Ya era raro que Combeferre llegara tan pronto al Musain, sobre todo, que lo hiciera antes que él. Que además lo saludara con semejante declaración era lo más extraño que había visto en mucho tiempo.

El líder estaba acostumbrado a llegar media hora antes a las reuniones y pasarse un buen rato solo preparando el tema del día. Sin embargo, allí estaba su amigo, sentado en su rincón habitual, con los brazos apoyados sobre la mesa y un gesto de total concentración en la mirada. Lo cual era extraño, porque no había llevado nada. Ni apuntes, ni libros, ni siquiera el diccionario que tanto le divertía corregir. Simplemente estaba allí, mirándolo como si fuera la primera vez que lo veía. No despegó los ojos de él en ningún momento, aun cuando Enjolras se acercó al perchero de la esquina a colgar su abrigo o esparció sus papeles y notas sobre la mesa y se sentó ante ellos. Al cabo de un tiempo, el líder comenzó a sentirse incómodo.

-¿Ocurre algo? -terminó por preguntar.

-Oh, no, no, en absoluto -Combeferre se ajustó las gafas y se reclinó en la silla, con la sombra de un rubor tiñendo sus mejillas- . Simplemente estás radiante.

-De acuerdo... -Enjolras no supo responder- Creí que hoy trabajabas en el hospital hasta tarde.

-¿Oh? -Combeferre se rascó la nuca, confuso- Quizá. Pero se me hacía insoportable pasar más tiempo sin verte. Espero que no te importe -volvió a colocarse las gafas- . ¿Puedo ayudarte con eso?

-Claro... supongo.

Siempre era un alivio trabajar con Combeferre. Su amigo era paciente, metódico e infinitamente más listo que él. Le ayudaba a encontrar las respuestas que se le escapaban, aportaba una nueva perspectiva. Pero aquella tarde, Combeferre parecía... disperso. Su mirada se perdía entre las sillas del café, su mano tropezaba a menudo con la de Enjolras. Derramó el tintero sobre el manifiesto en el que estaban trabajando y ni siquiera se dio cuenta.

-¿Seguro que no ocurre nada? -insistió Enjolras.

Combeferre se ajustó de nuevo las gafas con nerviosismo. Abrió la boca.

Jehan lo salvó de tener que contestar. El poeta apareció con una melodía en los labios y un soplo romántico en los ojos; traía la trenza adornada con margaritas y su levita más elegante. Al mirarlos, se sonrojó profundamente.

-Buen día, amigos -saludó, con voz trastabillante- . No esperaba encontrar a nadie más a tan tempranas horas.

-Prouvaire -saludó Enjolras, aliviado. Incluso la rareza del poeta sería bienvenida ante la rareza de Combeferre.

Jehan se sentó en su sitio habitual, junto a la ventana y el candelabro de la pared, pero en vez de abrir su cuaderno y ponerse a escribir, como solía hacer para matar el tiempo, hincó los codos en la mesa y apoyó la cabeza en las manos con un suspiro embelesado. Tarareaba en voz baja lo que Enjolras reconoció como una popular canción de amores desgraciados y suspiraba de cuando en cuando. Enjolras trató de centrarse de nuevo en su trabajo, pero cada vez que la mirada del poeta se posaba sobre él, este suspiraba de nuevo y a Enjolras le costaba concentrarse.

-Jehan -bufó al final el rubio- , ¿te encuentras bien?

-Ay, Apolo, apiádate de mí -suspiró el poeta- . Sólo soy tu pobre siervo, no soy digno de cantarte, sólo tengo torpes versos y mi vida para darte.

-Creo que has pasado demasiado tiempo con Grantaire -gruñó Enjolras para aplacar su incomodidad.

-Cualquier tiempo gastado lejos de la luz de tu presencia es demasiado, Musagetes -suspiró Jehan- . Apiádate de este pobre poeta sin versos para hacer justicia a tu belleza. Una palabra tuya bastaría para salvar mi alma, que agoniza en la ausencia de tus labios.

Wine and some other nice thingsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora