Malentendido

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Día 4: Malentendido.

He vuelto con este reto. Tenía esta idea hace mucho tiempo y al fin pude terminarla. ¡Gracias por leer!


     William revolvió el contenido de su taza en un ambiente más silencioso de lo usual. Desde que vivía con Sherlock en Nueva York, había terminado por acostumbrarse a recibir su atención de manera constante: al principio era su estado físico y mental lo que encendía mil alarmas en la mente de su compañero. Como si, tras la caída, se hubiese convertido en una criatura más endeble que un recién nacido y requiera de la supervisión de alguien para no rebanarse la garganta con la navaja de afeitar. Aquello reavivaba la culpa que sentía, además de traerle un sinnúmero de amargas emociones que no podría describir; a veces incluso intentaba persuadirlo para que lo dejara a su suerte, como en el fondo aún creía merecer, pero la terquedad del otro le hacía inmune a cualquier rechazo.

     Después, apareció el afecto. Cayó en cuenta del amor desmesurado que compartía con él, uno que le hizo desconcertarse de sí mismo, y ante el cual acabó por rendirse. Sherlock le aceptaba aunque ya no tuviese nada que ofrecer. E incluso si se suponía que estaban pagando juntos por sus crímenes, cualquier castigo no era tal si le tenía.

     Normalmente pensarlo le hacía sonreír, pero ahora esa misma persona evadía su mirada en tanto fingía leer el periódico del día anterior. La ceguera de uno de sus ojos no era suficiente para engañarlo, y sea como fuera, la extraña tensión que se suspendía en el aire corroboraba sus conjeturas. Algo estaba molestando a Sherlock y ni siquiera estaba de ánimo para quejarse en voz alta, como cabría de esperar de él.

     ―Entonces, ¿necesitarás ayuda para tu siguiente trabajo? ―la pregunta pudo interrumpir su fingida concentración, pero él todavía se negó a enfrentarle directamente. Sherlock carraspeó, se deshizo de la pared de hojas que le separaba del rostro impasible de William replegándolas sobre la mesa, y se rascó la nuca.

     ―No hace falta esta vez ―repuso. Su boca se frunció de manera poco perceptible―. Será cosa de un par de días.

     ―Pareces bastante concentrado como para que sea algo tan simple, a menos que sea por otro motivo ―insinuó, y le dedicó una pequeña sonrisa.

     ―¿Eso parezco? ―contestó al tiempo en que se levantaba y tomaba la vajilla vacía y los cubiertos entre sus manos con gesto distraído―. Hace mucho calor aquí, simplemente me tiene harto.

     Observó su propia taza a medio entibiar mientras le oía lavar el resto de los trastes en la cocina. Era verano y esos últimos días habían sido más calurosos de lo que solían ser en Inglaterra; por las noches le sentía darse vueltas sin lograr conciliar el sueño, inclusive a pesar de que dejasen las ventanas abiertas de par en par. No le culpaba por utilizarlo como excusa para salir del paso.

     La noche anterior, sin embargo, no recordaba haberle escuchado quejarse en absoluto.

     Lejos de su vista, Sherlock se pasó el resto de la tarde sintiéndose de mal humor. Al menos solo tuvo que encargarse del papeleo previo a la misión; la clase de trabajo aburrido que detestaba, pero que le servía para pretender que podía desconectar la mente y no tratar con otros.

     ―Lo hiciste bastante rápido hoy ―observó Billy al recoger los datos cuidadosamente ordenados según sus apreciaciones en un informe, a partir de una pila de documentos que descansaba sobre el escritorio―. ¿Pasó algo bueno y quieres regresar a casa pronto? ―inquirió con su típico tono animado.

Tú y yo estaremos bienDonde viven las historias. Descúbrelo ahora