Capitulo cuatro

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Sentir está bien, es fácil. Pero expresar aquello que sientes, a veces se vuelve difícil. Y es aún más difícil, cuando ni siquiera tú conoces tus verdaderos sentimientos.
La vida se puede volver muy feliz, cuando tu mente crea una zona de confort de la cual jamás escaparías. Sentirse cómodo con las personas que te rodean es lo mejor que te puede suceder. A veces limitas tus sentimientos a un mero cariño, con el fin de poder seguir viviendo en aquella utopía mental que te da paz. No te cuestionas, ni cuestionas a tu corazón. Te conformas.

Eren Jaeger se estaba conformando.

El mismo no conocía sus sentimientos, pero no indagaba en ellos por temor a lo que podía encontrar. Admiración, aprecio, amor, satisfacción. No quería ir más allá de aquello, porque sabía que, de ser así, no podría regresar.
Tantos años de conocer a alguien, tantos años de alimentar una sensación, una pasión, inconscientemente. Se sentiría culpable, abusivo, de propasar la confianza de ese alguien. Pero desde donde el lo veía, estar junto a ella era como crear un mundo aparte. No quería admitirlo, pero su amor por ella ya no era inocente. No era un amor de amigos.

El podía sentirlo, pero se negaba a decirlo. 

Por su lado, t/n, veía en Eren a un hermano mayor. Alguien sobreprotector, cariñoso, amable y muy empático (aunque solo fuera con ella y Mikasa, su hermana). Hubo un tiempo en el que quizás, sus pensamientos se mezclaron con sus sentimientos, y llego a considerar la posibilidad de tener algo mas con el azabache. Pero aquellas dudas sobre que era lo que realmente pensaba sobre el, se aclararon rápidamente. Eren no era alguien a quien quisiera de forma romántica, mucho menos creyendo que el "romance" era algo que no perduraba ni trascendía, (o al menos eso era lo que le demostraron las anteriores personas que parecían querer tener algo con ella). T/n no pondría la relación y confianza que tenia con Eren, en manos del Dios Eros. 

Su cariño era fraternal. No podía (ni quería) verlo como algo mas. Eren, y sus amigos, eran su familia. De cierta forma, el representaba una figura paternal para ella. Siempre cuidándola y remediando sus desastres; siempre preocupándose por ella y por los demás. Ella le llamaba "papá luchón", cuando la regañaba por algo. 

Se conocían quizás desde hace bastantes años, pero afianzaron su amistad cuando ella comenzó a trabajar en aquella cafetería, que le pertenecía a la mamá de Eren. Pero tras su fallecimiento, aun de muy joven, el debió hacerse cargo del negocio. Su madre y la de t/n fueron amigas por muchos años, hasta el fallecimiento de Carla Jaeger. Ambos se vieron por primera vez en el funeral. T/n, aunque no lo conociera, deseo fuertemente darle un abrazo a ese joven chico que parecía estar gritando internamente. Ella noto el gran dolor que cargaba consigo. Y a pesar de verlo abrazando a Mikasa, quien también se hallaba verdaderamente abatida, parecía no serle suficiente para contener su angustia. 

Tiempo después, la familia de t/n paso por una mala situación económica, por lo que ella siguió el consejo de su mamá de ir a trabajar en "Punto Nieve", a sus 16 años. Como Eren era conocido y apreciado por la familia, les hizo el favor de contratarla, a pesar de no tener ninguna referencia ni experiencia. El le enseño todo lo que sabia. Parecía todo seguir igual; parecía que la muerte de Carla no significó un cambio demasiado importante en aquel negocio, excepto por el café. El joven Jaeger hacia un pésimo café, nada parecido al de su madre. Pero aun así, t/n, bebía de el cada vez que había, con la intención de no desanimarlo. 

Quizás fue eso. Quizás el que bebiera de su café amargo e insulso todos los días, hizo que se enamorara de ella. O fue la sonrisa que adornaba sus labios cada día. O el hecho de que parecía no tener un mal día jamás. O su talento para ocultar sus emociones para no dañar o preocupar a los demás. Sus pequeñas inseguridades. Su torpeza. Su gusto por las tartas de fresa. El que dijera que todo lo que el cocinara, estaba delicioso. El que se le corriera el rímel cada vez que se restregaba los ojos del cansancio por estudiar demasiado. O lo mucho que se esforzaba por no decepcionar a nadie. 

Números | Erwin SmithDonde viven las historias. Descúbrelo ahora