—¿Qué has hecho, Lara Green? —la voz de Quentin suena una octava más alta de lo normal, así que Lara le chista. Se siente como si estuviera viviendo un déjà vu.
—¡Y yo qué sé! ¡No lo pensé!
—¡Es obvio!
Lara entierra la cabeza entre sus manos y suelta un gemido lastimero.
—Dios, la he fastidiado. No sé cómo voy a salir de esta.
Quentin guarda silencio durante unos segundos. Lara lo escucha suspirar y luego siente un brazo alrededor de sus hombros. Su amigo la atrae hacia él, y Lara entierra la cabeza en su pecho. Quentin es el chico que mejor huele del mundo. Podría quedarse a vivir ahí para siempre en la seguridad de esos brazos.
—Venga, no te preocupes. Lo solucionaremos, ya verás.
—Ni siquiera tú crees eso.
—Sí, sí lo creo. Solo tienes que conseguir ser Jim Hawkins. No es tan complicado.
Lara lo mira como si estuviera loco.
—Quentin... ¿me has visto? ¡No soy buena actriz! ¡Ni siquiera sé decir mentiras sin que me entren ganas de llorar! Además, tú también viste la audición de Mackenzie, ¿verdad? Isabella le va a dar el papel a ella. Y con razón, porque es la persona más talentosa del mundo y...
—Echa el freno. No está todo perdido. —Lara bufa, y Quentin niega con la cabeza—. Te lo digo en serio. Vale, no creo que puedas ser el Jim principal, pero... —El chico calla, y Lara alza una ceja.
—¿Pero...?
Hay un silencio solo roto por el trajín de la cafetería. Los sábados por la mañana, Quentin y Lara suelen coger el transporte público hasta el pueblo que más cerca les pilla del internado y desayunan ahí. La idea fue de Quentin, por supuesto. La primera semana de Lara en el internado, ella aprovechaba cada tiempo libre que tenía para pasarlo encerrada en la biblioteca. Cuando su amigo la descubrió, puso el grito en el cielo. «Es sábado», le dijo. «¡Nadie estudia los sábados!» Lara trató de replicar pero, como siempre, Quentin no le hizo ningún caso. Así que desde entonces él la arrastra hasta allí, y ambos echan las horas muertas entre toneladas de café y bollos untados con mantequilla y chocolate.
A Lara le encanta el sitio. No se respira la misma presuntuosidad que en el internado; los camareros son amables, el local huele a vainilla y es tan pequeñito que, de no habérselo enseñado Quentin, a Lara se le habría escapado. Además, el menú es barato (el café apenas cuesta un dólar y medio), así que es el único lugar en el que Lara se siente realmente como una igual a Quentin: un día paga él, otro ella. Es lo justo.
—Es obvio que le darán el papel a Mackenzie, pero puedes ser su reemplazo.
Lara parpadea.
—¿De qué me serviría ser el reemplazo de Jim si lo que necesito es que mis padres me vean sobre el escenario?
—Esa es la segunda parte del plan: tienes que hablar con Mackenzie para que te deje sustituirla el día que vengan tus padres a verte —dice él, y Lara se separa. Está segura de que no ha escuchado bien.
—¿Perdona? Creo haberte entendido que hable con Mackenzie y que le pida ayuda.
—Eso mismo es lo que he dicho.
Lara se ríe, porque sabe que Quentin está de broma.
¿Verdad?
No. Al parecer no.
—¡Quentin! ¡Esto es serio! Mi futuro está en juego.
—Venga, no es tan difícil. Habla con ella y explícale tu situación. ¿Quién sabe? Igual se apiada de ti.
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Te odio, Mackenzie Lin (FRAGMENTO)
Ficção AdolescenteYA DISPONIBLE EN LIBRERÍAS ¿Hasta dónde llegarías para no decepcionar a tu familia? Lara Green siempre ha soñado con diseñar escenografías para Broadway, pero su familia tiene otros planes para ella: quieren que estudie Medicina en Harvard. Cuando e...