Capítulo 3.

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Tan pronto como Valentina colocó el código de seguridad en su puerta con manos torpes y un poco de confusión, Juliana entró junto a ella manteniéndola de pie al sujetarla de su cintura, teniendo el brazo de la mayor en sus hombros. Aprovechó en mirar el departamento mientras la llevaba hasta el primer sofá en la sala que vio, prácticamente lanzándola ahí.

El lugar sí que era bonito y no solo porque estaba en un edificio visiblemente costoso, en un barrio de gente adinerada, iba más allá de la elegancia rica hacia el toque cálido y cómodo, se sentía hogareño incluso cuando Valentina era la única viviendo ahí, ella lo había adornado a su gusto para que se sintiera más como un hogar, podía notarlo. Desde las paredes de ese color crema con cuadros familiares esparcidos por ahí, los muebles bien acomodados en sitios correctos llenos de cosas lindas como figuras decorativas, más fotografías y aparatos electrónicos, llegando hacia las cortinas largas que casi tocaban el suelo que probablemente ocultaban un par de enormes ventanales. Los muebles eran oscuros, así que de alguna forma se veían estéticos con el tono claro de las paredes, sin duda algo que haría Valentina.

Juliana ignoró las quejas de la mayor en el sofá para seguir mirando el lugar, caminando hacia una vitrina totalmente transparente donde se podían notar un par de premios y otros lugares vacíos. Caminó hacia ella, impresionada por la cantidad de medallas menores hasta trofeos pequeños, fotografías de ella con el rostro lastimado, pero con una enorme sonrisa en sus carnosos labios y los puños alzados sosteniendo los premios. También había tarjetas de felicitaciones, seguramente de sus amigos, y un par de guantes de box un tanto deshilachados. Podía reconocerlos, en su memoria eran los mismos guantes que usaba cuando entrenaba en la preparatoria, incluso la misma Juliana pudo ponérselos más de una vez y se habían sentido pesados en sus manos.

Todo ahí se veía elegante, oro y plata por todas partes, pero no fue algo tan llamativo como eso lo que logró captar su atención de inmediato tan pronto como sus ojos lo enfocaron. En lo más alto de la repisa, justo en el medio, delante de un trofeo ganador de ligas avanzadas y junto a una fotografía de Valentina celebrando con él, podía ver un pequeño adorno de metal inoxidable de un par de guantes de boxeo cruzados entre ellos. Sin poder evitarlo, una sonrisa se dibujó en sus labios.

—Tienes el regalo que te di en tu paseo por la fama —bromeó un poco, todavía sonriendo en grande, de pronto sintiéndose feliz ante un hecho pequeño y probablemente insignificante.

—¿Uhm? Ah sí... es mi mejor trofeo.

Juliana se giró a mirarla, encontrándola acostada en el sofá boca arriba y con los ojos cerrados. —Pero solo es un adorno... es demasiado tonto como para estar ahí.

—Oye —al abrir los ojos lo primero que hizo fue enderezarse, mirándola con seriedad, toda la seriedad que una Valentina medio borracha podía tener —, tú me lo disté cuando... cuando gané mi primera pelea... ¿recuerdas?

Por su puesto que lo recordaba; fue hace muchísimo tiempo atrás, cuando todavía eran un par de adolescentes de preparatoria y Valentina solo era una novata que entrenaba en las clases de box que su padre costeaba en Seattle. En uno de los campeonatos menores que el gimnasio organizaba para los novatos, Valentina logró obtener su primera victoria al vencer a una chica de Houston. Juliana había estado tan orgullosa de su mejor amiga que lo primero que hizo fue romper su alcancía (de manera metafórica porque en ese tiempo guardaba sus ahorros en un par de latas grandes de frijoles) y recorrió todo el centro comercial para encontrar el regalo perfecto. Probablemente para ella un pequeño adorno como ese no significaba mucho, pero para Valentina debía valer mucho más, porque incluso lo colocó en su repisa de trofeos.

Eso de algún modo, calentó su pecho.

—Tú nunca fuiste de darme obsequios... así que es un trofeo.

IN |JuliantinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora