«Así que dime por qué esperamos tanto tiempo, cuando sabemos dónde pertenecemos»
💫
Hasta hace un momento Juliana se había estado riendo.
El cielo estaba azul, las nubes esponjosas le decoraban, el aire iba lento por las copas de los árboles, el ruido de las suelas de los zapatos raspar la acera junto a el canto de algunas aves, los ladridos lejanos y el motor de algún auto pasar escuchándose a su alrededor. El día era bonito, con el sol brillante, hacía calor, pero no era sofocante, no como lo fue verla a ella sentada en los escalones bajos de piedra al frente de su casa.
Deshizo el agarre que había estado manteniendo con los dedos de la chica que iba a su lado y se quedó quieta en su lugar, ignorando la mirada curiosa de su acompañante y solo enfocándose en la silueta en su entrada. La muchacha junto a ella se llamaba Sasha y era alta, pelirroja y con pecas esparcidas por toda su cara, tenía bonitos ojos verdes y rasgados, pequeños, con los labios gorditos y deseables, era atractiva, una guapa mujer con la que había estado coqueteando mutuamente durante un par de meses. Le gustaba, en definitiva, lo hacía, era todo lo que podría pedir; graciosa, adorable, inteligente, sexy y bueno. Estudiaba biología, una completa amante de la naturaleza, cursaba su tercer año y era apasionada. Sobre todo, era realmente buena en el sexo. Le gustaba tenerla encima, sentir su peso y tener su carnosa boca recorrerle el cuerpo entero, pero también le gustaba ir de la mano a su lado, entrelazar los dedos, escucharle reír. Se sentía bien, querida, todo era perfecto.
Había estado bien.
Pero ver a Valentina esperándola en la entrada de su casa, teniendo sus expresivos ojos azules sobre ella, fue suficiente para retroceder diez pasos. Su cuerpo reaccionaba a ella tan fácil que era preocupante, de pronto le sudaban las manos de los nervios y su garganta se sentía seca. Sabía que había vuelto porque Guillermo le envió un mensaje justo el día anterior en la mañana sobre que habían regresado a Seattle durante el fin de semana, lo había leído y no le respondió.
Por una vez, decidió no ir corriendo como una necesitada hacia la casa de la familia Carvajal únicamente para verla.
Tenía planes con esa atractiva mujer a la que le gustaba y no iba a cancelar por nada. Ni siquiera por Valentina.
—¿Pasó algo? —la voz suave le preguntó con curiosidad. Un tono bajo, no demasiado grueso, un poquito áspero, pero manteniendo la dulzura adornando. Juliana negó, todavía tensa, obligándose a dar media vuelta para apartar los ojos del cuerpo de su mejor amiga para enfocarse en Sasha, sonriendo.
—No es nada. Muchas gracias por acompañarme a casa.
—Siempre es un placer —le sostuvo de nuevo de la mano, una bonita sonrisa que decoró los labios y un coqueto hoyuelo apareciendo. Después se inclinó para besarle la boca, corto, suave, cariñoso. Tenía que agacharse un poco, porque su metro setenta le obligaba. Juliana sintió su corazón bombear alto como cada vez que le besaba, aunque nunca había sido intenso, nunca fue demasiado bueno. Pero estaba bien, porque le gustaba —. Nos vemos.
Solo agitó la mano para despedirse, sin querer voltear todavía para enfrentarla, observando la manera en que la alta chica se desenfocaba hasta hacerse un borrón oscuro y desaparecer de su visión. Fue entonces que sintió su corazón martillear fuerte, rudo contra su pecho, los nervios sudándole las manos, tragó ruidoso, tomando una bocanada de aire para armarse de valor y tomar el toro por los cuernos.
Cuando se dio vuelta, lo primero que vio fue el pecho de quien había sido su mejor amiga por tantos largos años, antes de levantar la cabeza y encontrarse con su rostro. Valentina no la miraba, tenía la vista fija más allá de ella, en el camino por donde se había ido su chica. Se veía seria, con los labios aplanados y las tupidas cejas rectas, a pesar de eso, los ojos se volvieron cálidos cuando finalmente le enfocó.
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IN |Juliantina
RomantiekValentina Carvajal enfocó la gran mitad de su vida en enorgullecer a sus padres, tratando de ser la hija y la hermana mayor perfecta que ellos querían que fuera, tuvo tanto tiempo una sola meta en sus ojos que dejó de lado su propia felicidad. Cuand...