CAPITULO I

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Estaba acostada en el suelo cálido boca arriba, observando hacia una luz demasiado cegadora para descifrar que había más allá.

Intenté proteger mis ojos del resplandor pero se colaba dulce y brillante entre mis dedos. No había rastro alguno del aire viciado que me perseguía a donde quiera que fuera, tan intenso que dejo en mi lengua un regusto amargo desde el día en que salí de la zona I59. Tampoco estaba la luz azulada ni los matices grises a los que estaba acostumbrada, todo era de exquisitas tonalidades naranja y café.

Ladeé mi cabeza logrando finalmente evitar el resplandor. Entonces vi el cielo, tan hermoso y puro, tan inalcanzable.

No tenía ganas de levantarme, sentía tanta paz. Solo quería quedarme allí tendida, sí, eso era todo, no recordaba haber deseado nada más. Siempre soñé con ver el cielo, verlo y ser libre bajo su manto, eso es todo lo que siempre quise...

Un estruendo lo derrumbo todo.

Abrí los ojos y me incorporé en el acto preparada para atacar, no estaba segura de que hubiera peligro pero desde niña me acostumbré a golpear primero y preguntar después. Me encontré sentada en la cama de mi habitación vacía, mis ojos acostumbrándose lentamente a la oscuridad mostrando que no había nada de qué preocuparse. El ruido que me despertó provenía de la bocina en el techo que anunciaba el inicio de otra jornada, sacándome de uno de los mejores sueños que he tenido.

Pasé algunos segundos inmóvil mientras se regulaban mis pulsaciones y esperaba a que disminuyera el zumbido en mis oídos, al mismo tiempo estudiaba cada segmento del pequeño apartamento en que vivía. El único mobiliario consistía en la cama, una mesa y una silla, todo se encontraba exactamente como lo había dejado la noche anterior. El baño estaba a un lado de la puerta principal y del otro lado pantallas holográficas mostraban imágenes del callejón por el que se llegaba a mi apartamento. Todo se encontraba tal y como debía estar. No había ni una sola cosa en aquella habitación fría, oscura y opresiva a la cual me sintiera ligada.

Me levanté para ponerme el uniforme almacenado en uno de los paneles empotrados en las paredes llena de la decepción de descubrir que el sueño no era cierto. No estaba en campo abierto, nunca había visto el cielo y por sobre todas las cosas no era libre, jamás lo seria al igual que ningún humano desde hace cientos de años.

Mientras me alistaba percibí el brillo rojo que emitía el brazalete de mi brazo derecho indicando que hoy era día de colecta --perfecto-- susurré con ironía dirigiéndome a la pared en busca de un poco de agua.

Coloqué mi mano en la superficie, la cual se encendió al reconocer mi tacto --Bienvenida Lara-- emitió con su familiar voz femenina. El chip implantado en mi muñeca izquierda comenzó a titilar como prueba de la sincronización.

--Agua-- pedí con la garganta reseca esperando que el punto sobre la tubería se encendiera y mostrara el destello verde que indicaba el acceso a la ración de líquido.

--Lamento informarle que las piezas de cristal registradas en su cuenta son insuficiente para esa acción-- «aún mejor» y tras esto me dispuse a salir del departamento rumbo al área de trabajo.

No tenía dinero suficiente ni para un poco de agua lo que hacía que el inicio de este día fuera una completa porquería.

Afuera la temperatura era aún menor por lo que me calé mejor el pesado uniforme para cerrar las entradas de aire frió mientras me dirigía hacia el elevador designado saboreando los últimos vestigios del sueño.

Pasaba de callejones pequeños a otros más grandes y transitados en mi ruta al hangar de elevadores, que no era más que un enorme andén donde convergían todos los habitantes del sector XI o "la Fosa" como lo llamaban todos. El nombre dedicado a la estirpe más baja y pobre que vivía en lo profundo de Utopium, y para ellos que como yo habían sido expulsados de los demás niveles: criminales, exiliados, la escoria de la ciudad. A la Fosa llegaba todo aquello desechado por los otros niveles, vivo o muerto.

UTOPIUMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora