Capítulo 06

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Adrienne

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Adrienne

La alarma sonó y la prominente oscuridad me recibió al abrir mis ojos. Silencié a aquella voz que me pedía a gritos cinco minutos más y sacudí mi cuerpo para eliminar los estragos de pereza que dejaban la comodidad de la cama.

Me puse un conjunto deportivo y me dirigí a la habitación de al lado donde se encontraba mi mejor terapia. El saco de boxeo y algunas máquinas de hacer ejercicio.

Tomé los guantes y empecé a golpear.

Mis días iniciaban cuando no existía un mínimo rastro de sol o el cantar de las aves, mientras otros dormían, yo entrenaba, estudiaba o maquinaba alguna estrategia.

Mi mente nunca estaba en descanso. Era intrépida, como el universo. Se movía con calma, casi como una inexistente oscilación, pero con la suficiente fuerza para mantenerse activa y ser ferviente.

Pero esto no siempre fue así, y mucho menos para una Adrienne de nueve años.

La muerte de mi papá, me marcó.

Fue un combustible que me impulsó a cambiar y tener perspectivas más amplias sobre esto a lo que le llaman vida.

Aún recuerdo como en aquel momento, cuando me di cuenta que su corazón había dejado de emitir latidos y ya nunca más volvería a sentir su calor corporal junto a mí, algo en mí se quebró. Y al siguiente instante renació.

El ruido del celular detiene mi línea de pensamientos y golpes, los cuales eran intensos y penetrantes, sin darme cuenta estaba descargando algún tipo de ira a través de ellos. Expulso aire en un soplo y regreso a mi cuarto. Tomo el aparato y contesto.

—Hola, mamá —saludo algo agitada.

—Buenos días, cariño, ¿cómo amaneces? —su voz cálida y dulce aplaca como un refrescante aire mi furor.

—Bien, ¿cómo están las cosas por allá?

—Genial, Nini, pero podríamos haber muerto en un incendio y tú no te habrías enterado porque no llamas nunca —se queja con un toque de reproche.

Ruedo los ojos y suspiro, miro la hora y me dirijo al baño.

—Me alegra que no sean chicharrón frito —abro la pluma y dejo que el agua se climatice—. ¿Por qué llamas tan temprano?

—Tan cálida como siempre —refunfuña—. Sabía que estarías despierta y que no me atenderías a otra hora.

—Gajes del oficio, ma —empiezo a descambiarme.

—Nada es más importantes que hablar con tu madre —reprende, y puedo imaginar el ademán que debe estar haciendo con su dedo índice como si me tuviera frente a ella.

—Cazar a mafiosos lo es, ellos corrompen el mundo, en cambio tú, lo purificas con tus imágenes de la virgen María y sus bendiciones —digo jovialmente.

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