Cuando la feroz naturaleza se inclina y las llamas del inframundo arden con implacable fervor, indica una única terrible tragedia. La despiadada bestia se ha despertado y su sed por cazar a aquellos que la provocaron arrazará con todo. Se convertirá...
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Aikén
—¿Qué mierda está haciendo? —mascullo al ver como Adrienne presiona a Gianluca.
—Su trabajo.
Miro a Amarena con el ceño fruncido por la locura que acaba de soltar.
—¿Su trabajo? Lo está manipulando.
Me devuelve el contacto visual.
—Y obteniendo resultados. Quizás hay que empezar a jugar sucio si queremos resultados —se encoge de hombros y regresa su atención al frente.
Niego con la cabeza y salgo de la habitación.
Masajeo mis sienes tratando de aliviar el dolor que permanece en todo el centro de mi mente.
Dos puntos cafés.
Esos malditos ojos.
Gruño no pudiendo sacar su mirada de mi cabeza.
¿Como es posible que la imagen de sus ojos permanezca en mi mente como una llama ardiente?
Me estoy volviendo loco.
El pasar tiempo con esa desquiciada me está empezando a afectar.
Necesito aire.
Tomo las escaleras que me dirigen hacia la azotea, suspiro una vez estoy afuera y siento la oleada de aire chocar contra mí, me permito cerrar mis ojos y respirar.
El fresco y suave oxígeno llega a mis pulmones y me permite estabilizar mi genio.
Esta es la paz que necesito.
Tranquilidad que se esfuma con la misma facilidad con la que llegó.
—¿Qué quieres? —gruño cuando escucho a Rayne a través del intercomunicador.
Debí habérmelo quitado.
—Uy, que genio —dice con burla—. La jefa te quiere en su oficina.
—¿Para qué? —bramo cerrando los ojos con hastío.
Lo que me faltaba. Adrienne quiere verme.
—¿Para empezar a utilizar sus beneficios de futura esposa quizás?
—Jódete.
—¿Si me das permiso? Copiado, adalid. Me iré a joder por ahí.
La comunicación finaliza.
Tomo aire por última vez antes de ir a la cueva de Úrsula.
—¿Qué quieres? —digo cuando entro.
Me quedo en la puerta.
Adrienne levanta la mirada de unos papeles que permanecen en su escritorio. El que era mi escritorio.
Enarca una ceja en mi dirección.
—Toc, toc. Adelante. Hola, Aikén —finge sorpresa—, que placer verte, pasa toma asiento —me regala una sonrisa seguida de su tonta invitación.
