9

168 27 0
                                    


Era martes, habían pasado dos días desde la última comunicación con Moon y las ganas de escribirle estaban volviéndome loca. Sabía que no era la táctica correcta, que era mejor hacerse la interesante, pero heme ahí, con el chat de WhatsApp abierto y los dedos orbitando alrededor del teclado. Su última conexión había sido el día que conversamos por Skype, lo que significaba que realmente había desaparecido.

Yo también necesito ser detective, por lo visto, pensé. Tomé el libro que estaba en mi velador, mi iPod y salí a dar una vuelta por el parque en busca de distracción, tan necesaria. Leía La insoportable levedad del ser, uno de mis libros favoritos.

Fue apareciendo la tarde, y con ella una brisa helada que me empujó de regreso a casa. Al entrar a la computadora me di con un mail de Irene preguntándome cómo iba avanzando. No tenía más respuesta para eso que un gran <<Depende>>. Si contamos con que hace quince días tenía once páginas, voy bastante bien; si lo vemos desde la perspectiva de que tengo que entregarlo dentro de tres semanas más, la situación se presenta más crítica.

Decidí responderle un «Tratando de llegar a tiempo», porque era la verdad: lo estaba intentando, sin demasiado éxito, pero lo estaba intentando.

El siguiente mail sin leer era de Chaeyeon, una amiga del colegio de Wheenie que me detestaba con toda la furia con la que una mujer detesta a otra por robarle el puesto de mejor amiga, una falta peor que la de robarle el novio. Ella tampoco era santa de mi devoción: venía de una familia llena de plata e insoportablemente altanera, era chismosa, engreída y solía acercarse a Puppy solo cuando quería algo de ella, pero jamás devolvía el cariño en similar cantidad.

Su mail nos convocaba a mí y a otras chicas para organizar una fiesta sorpresa para Wheenie con motivo de su compromiso. Ella, por supuesto, no movería un dedo; seguramente le pediría a algún practicante de la empresa de su papá que se encargara de los preparativos. Se le habían ocurrido una serie de actividades costosas e innecesarias, y nos señalaba que debíamos dar una cuota de ochenta dólares cada una para financiar todo.

Maldita princesita, pensé, recordando la cifra que había visto debajo de «Saldo total» en mi estado de cuenta, hacía unos días.

Me sentía desanimada. Estaba tranquila hasta antes de que apareciera el libro: tenía un buen trabajo, ganaba bien, crecía dentro de la empresa. Había dejado todo eso para sacar adelante un proyecto al que no lograba darle forma. La decisión, que tan valiente me había parecido en su momento, me empezaba a sonar un tanto estúpida ahora.

Agarré el celular, abrí la conversación con Moon y puse «Dale, ponme de buen humor, eres buena en eso». La ventana de chat mostraba que su última conexión había sido hacía un par de horas, justo antes de que me fuera al parque. Diablos.

Bueno, se había conectado y no me había dicho nada, así que era realista suponer que no me contestaría ahora. Prendí el televisor y me quedé mirando una maratón de Friends hasta quedarme dormida.

Click [MoonSun] [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora