HIERE, NEGRA ESPINA

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otoño de 1897

El desván de la vieja casa es un caos de baúles
llenos de libros, cartas, papeles de la familia, pero también de ropa antigua, cortinas, encajes, de
cojines a rayas o con rameados. Él arrastra juguetes despedazados por el tiempo: una muñeca
que ha perdido una pierna, otra cuyo cráneo de
porcelana se ha roto y deja al descubierto de él delicado mecanismo de contrapesos que hace que
se muevan los ojos, pequeñas esferas de cristal
azules que suben y bajan debajo de unos párpados inmóviles provistos de unas larguísimas pestañas. Las muñecas lucen vestidos como los que
llevan las niñas y, debajo, preciosos pantaloncitos ceñidos a los muslos. Hay un juego de bolos
desperdigado por el suelo. Un exhausto caballo
de madera aún está uncido a su carreta, pero a ésta le faltan las ruedas. Soldaditos de plomo, eternamente congelados en su ímpetu viril, descansan dentro de una caja de cartón. Innumerables
sombreros, de hombre y de mujer, cuelgan en
sus perchas o yacen en el polvo: gorras, sombreros de copa, canotiers, sombreros extravagantes

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