Prólogo:

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Hace muchos siglos, Shacranu, uno de los cinco dioses creadores de la humanidad, envidiando la grandeza de sus hermanos, corrompió voluntariamente su cuerpo en la oscuridad, lo que lo volvió sumamente fuerte y poderoso, sí aún más que todos sus hermanos.

Pero esto no fue suficiente...

Él deseaba conquistar las naciones guiadas por las demás deidades, y que Tolbat, la nación que él mismo dirigía, dominara la tierra. Así fue que mandó a Zorán, un poderoso hechicero, líder secular y su más fiel discípulo, derrocar al rey actual, quien no quiso obedecer al Dios Corrupto.

Usando palabras persuasivas y eliminando a quien se interpusiera, Zorán destruyó la monarquía y se autoproclamó el Primer Emperador de toda Tolbat y llamando a sus más leales hombres como generales armó un temible ejército. 

Shacranu mandó al hechicero iniciar el ataque, y la Gran Guerra comenzó...

El imponente ejército, portando sus armaduras negras, arrasó con todas las tierras circunvecinas sembrando el terror y el caos en las demás naciones.

Era la primera vez que había una guerra de tal magnitud, por lo que los otros reinos no estaban muy preparados para la ocasión, pero si no hacían algo, verían morir a sus compatriotas y sus hijos se volverían esclavos del Imperio Tolbano.

Los líderes de los otros cuatro reinos y tierras del continente se reunieron y formaron una alianza.

Zorán era muy poderoso e incluso sin un gran ejército y solo con su presencia, podía ocasionar gran destrucción, pero si los aliados se organizaban y dirigían bien sus tropas había la posibilidad de vencerle.

Le hicieron frente en muchos lugares, pero en la mayoría fueron derrotados. Los sobrevivientes huyeron al oeste de la tierra cerca de la costa y del gran desierto del norte.

Congregándose la mayoría del ejército aliado en las fronteras naturales del desierto para enfrentar en una última gran batalla al ejército principal y más grande de Zorán, que él mismo, el emperador de toda Tolbat, estaba dirigiendo, los Aliados se preparaban para enfrentar al enemigo común y sus vastas huestes.

De pronto, en el horizonte las conocidas y odiadas armaduras negras se vislumbraron. El momento había llegado.

Dando un grito de batalla, cual si hubiese sido el último que daban, los generales de los cuatro ejércitos Aliados dieron valor a sus tropas y arremetieron para enfrentar al temido conquistador.

 La batalla había comenzado.

El estruendo de las espadas percutiendo, el zumbido de las flechas caer de las alturas, el sonido de las lanzas penetrando la carne y el choque de los escudos estremecían la tierra. El olor de la sangre empezó a emanar del suelo al acumularse los cuerpos en el transcurso de la cruenta batalla.

Poco a poco las fuerzas aliadas se vieron superiores. Su motivación era más profunda y su convicción para luchar más certera, defendían su patria, defendían sus tierras y hogares, y, sobre todo, defendían su familia.

Ese sentimiento de acabar con la amenaza levantaba la moral de cada soldado de la alianza, y así, de cuando en cuando se escuchaba el poderoso y valeroso grito de guerra de aquellos guerreros. El ejército Tolbano empezó a temer por su destrucción e incluso el propio Zorán por primera vez tuvo miedo de ser vencido.

Amedrentado, el cruel emperador clamó al Dios Corrompido e invocó su nombre. 

Tristemente, fue escuchado...

El desierto, como nunca, se cubrió de nubes ennegrecidas y los truenos se escucharon. En el cielo y en el centro del campo de batalla un aro de fuego se formó ante el asombro y temor de todos. El frío abrazó y penetró a cada ser en esa parte de la tierra. De pronto, el fuego descendió cual huracán tocando tierra, e impactando el suelo formó una fuerte onda que se expandió por gran parte del campo de batalla incinerando y matando a cientos, si, a miles, e incluso a cientos de miles de personas, sin importar el bando que fueran.

En el enorme cráter, y al disiparse un poco el humo, se distinguió una enorme e impresionante figura demoníaca, era él, Shacranu, el Dios de las tormentas y el fuego. El Dios Caído.

Levantando su imponente espada azotó la tierra partiéndola y abriendo un cráter en medio y a lo largo del campo de batalla delante de él, cráter que tragó a miles de soldados más. La contienda parecía perdida, "¡un Dios bajó para destruirnos!" decían unos, "¡el infierno nos ha alcanzado!" decían otros.

Sin embargo, en medio del terror, los vientos soplaron con increíble fuerza y un nuevo huracán se formó delante de Shacranu, y del ojo de este unas majestuosas alas se abrieron y unos grandes brazos se extendieron hacía afuera, y descendiendo solemnemente los últimos metros que quedaban, Módel, el Gran Dios del Huracán, primogénito de Sus creadores ancestrales, líder de los cinco Dioses creadores del hombre y la mujer, se dejó ver ante todos.

Haciendo aparecer su legendario báculo, golpeando el piso con él y extendiendo su brazo, le mandó a su hermano menor detener la masacre. Al negarse ante tal propuesta, Shacranu, anhelando asesinar a Módel, lo embistió con mucho éxito, y abalanzándose contra él en el suelo comenzó a atacarlo cual animal a su presa, hasta que inesperadamente desde uno de los cuernos de su espalda, alguien de increíble fuerza, lo lanzó varios metros hacia atrás. Era el Dios Kinich, el gran coloso, uno de sus hermanos menores, y en breve aparecieron sus otros dos hermanos, la Diosa Kai, y el Dios Lauren.

Módel le declaró a Shacranu que había roto las leyes divinas al intervenir en la vida de los seres vivientes de la tierra para su destrucción, además de haberse corrompido voluntariamente por la fuerza de la oscuridad y que por ello debía ser desterrado del concilio de los Dioses.

Shacranu desestimó las palabras de su hermano, pues tomó su espada y volvió a luchar, esta vez, en contra de todos sus hermanos.

Los cuatro dignos Dioses intentaron contener al Demonio, mas se dieron cuenta que se había vuelto tan inmensamente fuerte que incluso él solo podía combatirlos a todos a la misma vez.

La única opción para darle fin al conflicto era usar un antiguo conjuro y exiliar del plano mortal y del plano divino a Shacranu.

Tomando del suelo una piedra ovalada, mientras sus hermanos menores luchaban contra Shacranu, Módel inició el conjuro y habiendo terminado la preparación, y con el dolor de su alma, encerró al cruento Dios en la piedra, la cual sirvió de portal para llevarlo a un plano distinto del que ellos pertenecían y podían acceder.

Acabando su intervención, los dioses volvieron al plano divino.

En ese momento la Gran Guerra había terminado y los soldados de Zorán huyeron despavoridos. Sin embargo, Zorán, usando la teletransportación, conjuro que solo un gran hechicero podría hacer, desapareció.

La piedra, que paso a ser llamada "La Piedra de los Dioses", fue fragmentada en cinco partes que fueron enviadas a cada uno de los cinco reinos y tierras, inclusive a la recién establecida Nueva Tolbat, la cual empezó a ser gobernada por un emperador justo, un hechicero que había luchado con los aliados.

Se buscó a Zorán por toda la tierra, de hecho, durante siglos, pues es bien sabido que los grandes hechiceros tienen la habilidad de rejuvenecerse, por lo que se siguió buscando a Zorán por varias generaciones hasta que se comenzó a pensar que en verdad había muerto.

Se pensaba así hasta que de cuando en cuando aparecía un pueblo saqueado y quemado, y uno que otro templo era profanado, y se empezó a rumorear que Zorán había vuelto, y que estaba buscando los fragmentos de la piedra para traer de regreso a su Dios... o, mejor dicho: Yo, Zorán, regresé para vengarme...

La Piedra de los Dioses: La venganza de ZoránDonde viven las historias. Descúbrelo ahora