Capítulo III

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                                                          Alexander

                                       Héraklon, capital de Tarssia


—Entonces capitán, ¿Qué es lo que llevaremos a Guzhoi?

—En realidad no puedo comentarte en estos momentos Alexander. Sólo puedo decirte que es menester llevar sano y salvo el cargamento. No seremos muchos, ya que no debemos llamar la atención.

—Y ¿por qué yo capitán Lucio?

—Verás, lo que sucede es que necesitamos nuevos líderes en el ejército, y creo que tú y tu hermano son los indicados para serlo en algún momento, han demostrado ser capaces y aptos. Sin embargo, no tienen experiencia, así que debo dárselas —me dijo con una leve sonrisa en el rostro.

Al escuchar a mi capitán decir tales cosas, mi pecho se llenó de orgullo y aliento. Mi esfuerzo estaba dando frutos.

—Bien, y ¿Cuándo debemos partir?

—Hoy mismo.

—¿Hoy? Pero ya es muy de noche.

—Debemos ser lo menos visibles que podamos. Nadie tiene que saber dónde iremos, ni en que momento, por esto no te avisé antes.

—Lo entiendo capitán, le avisaré a mi hermano para que se prepare.

Al concluir mi frase el capitán Lucio extendió su mano para frenarme y dijo:

—Alexander, Aníbal no irá con nosotros, solo tú vendrás.

—Pero dijo que ambos éramos aptos —respondí un tanto confundido.

—Lo son. Sin embargo, él tiene otra misión, no tan encubierta, mas de muchísima importancia. No debería decírtelo, pero confío en ti, además mereces saber donde estará tu hermano.

—En verdad se lo agradezco señor.

—Se me pidieron dos importantísimos asuntos. Primero, liderar este pequeño contingente para transportar una carga valiosa. En segundo lugar, se me pidió escoger nuevos soldados para la guardia del general Arion, mi hermano. Solo me pidieron tres hombres, y uno de ellos será tu hermano.

—¡Guau! —dije lleno de júbilo— en verdad muchas gracias capitán.

—Nunca me dirás Lucio ¿no?

Con una risa un tanto avergonzada dije:

—Lo siento, es que para mi siempre será mi capitán.

—Esta bien Alexander. Bueno, es hora de partir, ve a despedirte. Pasaremos por la armería para equiparnos en media hora, ¿Entendido?

—Si Señor.

El capitán Lucio extendió su mano y dijo:

—Bienvenido al equipo.

Nos dimos un fuerte apretón de manos y me dirigí hacia mi habitación. Encontré a mi hermano sentado en la pequeña cama, y al verme se levantó de inmediato, y me abrazó.

—¡Alexander! ¡Lo logramos! Nuestro esfuerzo no fue en vano.

—Aún no lo puedo creer herman —dije entendiendo que él ya tenía conocimiento de nuestras misiones— De todos los reclutas que hay, nosotros fuimos escogidos. Es sin dudas un sueño.

—Así es Alexander, es nuestro sueño haciéndose realidad.

—Lo único que lamento es que aún no podremos ver a nuestra familia.

La Piedra de los Dioses: La venganza de ZoránDonde viven las historias. Descúbrelo ahora