Capítulo I

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                                                           Alexander

                                                   Al Sur de Héraklon

Mi nombre es Alexander, hijo de Arsen y Lucía. Vivía con ellos y mis dos hermanos en Pocén, un poblado pequeño y tranquilo, donde todos se conocían.

El lugar estaba rodeado en su mayoría por cerros poblados de árboles de frondoso verde y por el oeste estaba a tan solo unos kilómetros de la costa.

Pocén era una de las aldeas y ciudades que componían el Reino de Tarssia, uno de los cinco reinos y tierras que existen en el gran continente.

Mi padre era el herrero del pueblo. Era un hombre de estatura promedio y macizo de cuerpo a causa de los años de labor. Mi madre era una mujer muy hermosa y dulce, pero fuerte.

Mi hermano mayor, Aníbal, era el mejor amigo que había podido tener. Éramos muy similares físicamente, aunque él era un poco más corpulento que yo. 

Nuestro sueño común era enlistarnos en las filas del ejército tarssiano, volvernos fuertes y mejorar la economía de nuestra familia, pero además poder defender la paz de nuestra nación.

Yo era el segundo hijo de la familia. Por último, mi hermana Ana era la menor. Era tan hermosa como mi madre y sus ojos cual esmeralda.

Yo trabajaba muy duro con mi padre y mi hermano en la herrería por lo que tenía una buena resistencia y fuerza física.

Aunque jóvenes, mi hermano y yo anhelábamos salir a conocer el mundo, ver la asombrosa cordillera que corre a lo largo del reino, conocer la increíble selva de Koatlán y ver con nuestros propios ojos lo asombroso de este mundo. Sin embargo, nuestra familia nos ataba a ciertos deberes, por lo que siempre dudábamos en viajar a Héraklon, la capital del reino de Tarssia, y enlistarnos para luchar por nuestra tierra.

Así había sido nuestra joven vida hasta que un día un hombre de la alta nobleza, de unos treinta y cinco años, capitán de las tropas tarssianas llamado Lucio, llegó al pueblo con un aviso de reclutamiento. Dijo que se estaban buscando nuevos soldados para ciertas misiones, entre las cuales principalmente eran resguardar la seguridad y el orden de las aldeas y ciudades al defenderlas de los ataques de asaltantes, ya que era bien sabido que de cuando en cuando una aldea era saqueada por bandidos.

En ese momento Aníbal exaltó de alegría pues sintió que era una señal de los dioses diciéndonos que era tiempo de cumplir nuestras metas. Me persuadió a unirme con él, pero era una decisión en la que debía pensar.

El capitán Lucio estaría tan solo unos días antes de que volviese de retorno a Héraklon, pues Pocén era su última parada en ese momento.

Al caminar de regreso de la herrería por el camino de tierra que conducía a nuestra casa, conversé con mi hermano de la idea, y sincerándome con él le conté que sería muy difícil para mí dejar a la familia para alejarnos por lo menos de dos a tres años antes de volverla a ver. Y que pasaría si sucedía algo, si papá se enfermara y ya no pudiera traer comida al hogar. Mi hermano me persuadió a ver que un día debíamos partir y crecer, formar nuestras propias familias. Que si nos quedábamos en Pocén nunca alcanzaríamos nuestro máximo potencial, y tal vez si lo hacíamos lograríamos ayudar a nuestra familia de una forma mucho mejor. Un capitán de renombre podría aportar dinero mucho más seguido que un herrero del pueblo. Me dijo también que no sería fácil, pero si de verdad queríamos salir y cumplir nuestras metas tarde o temprano lo lograríamos. En verdad era mi deseo ir y conocer la gran capital, ver con mis propios ojos otros rincones del mundo. La sola idea de pensarlo hacia que mi alma se emocionara.

La Piedra de los Dioses: La venganza de ZoránDonde viven las historias. Descúbrelo ahora