Capítulo IV

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                                                                    Suyai

                         Chopka, al este de Quenko, la capital de Koatlán.


¿Porqué...? ¿Porqué esos malditos lo hacen? Como puede existir tanta maldad en esta tierra. 

—¡Habla!¡Donde está la llave! —exclamó ese tal Khaldun.

—No sé de que hablas —respondió mi padre.

Me encontraba de rodillas y con las manos atadas. A mi lado estaba él, mi gran apoyo, mi gran héroe. Era el jefe de este pequeño y antiguo poblado conocido como Chopka.

—Ya sabemos la historia de este insignificante pueblo —continuó Khaldun — de su antigua y sagrada misión. Protegen la tumba del primer guardián. 

—No tengo nada que decir a un ser tan repugnante como tú.

Miraba con orgullo a mi padre. Aún en esa situación, mostraba su coraje y valentía.

—¡Oh gran jefe Sayani! —exclamó con sarcasmo— tenemos a tus guerreros aquí prisioneros, incluso tu bella hija está apresada a tu lado. No tienes opción. Habla o asesinaré a cada uno de ellos empezando por ella.

Pude notar el enojo de mi padre y  me di cuenta como se esforzó para contener sus pasiones en ese momento. 

Yo estaba asustada y angustiada. Mi hermano Sayri y mi madre no estaban con nosotros y no tenía idea de si los tenían apresados en otro lugar. O peor...

No sé como ocurrió. Todo fue muy rápido. Antes que llegaran esos bandidos estábamos haciendo nuestros quehaceres. Cada aldeano y aldeana trabajaba y obraba según su deber. La gloria de nuestro pueblo ha sido por siglos la unidad.

No era una aldea cualquiera. Fue fundada por nuestro gran padre Ashki, más conocido como el primer guardián de la historia. Fue portador del primer objeto bendecido con el poder de un fragmento de La Piedra de los Dioses. Era conocido como el Escudo del Sol ya que contenía parte del poder de nuestro Dios Kinich, el Dios del Sol y la vegetación. 

Ashki fue un líder y guerrero justo. Al morir se le erigió un templo en la selva a una corta distancia de Chopka. Se dice que en su tumba aun se encuentra el escudo del Sol y que sigue incrustado en el un fragmento.

—¿Seguirás callado? — continuó el caudillo enemigo — ¿Piensas que creeré que no tienes idea del templo de Ashki? Tenemos gente de tu pueblo trabajando para nosotros. Se unieron porque están aburridos de toda tu jerarquía.

Pude ver que esas palabras le afectaron, lo conozco, esta sorprendido y dolido con la sola idea de pensar que sus hermanos, como él les llamaba, le habían traicionado.

—Aún si te diera la llave de la tumba no son dignos de entrar. Morirían al instante —respondió mi padre mirando fijamente a Khaldun, sabiendo que ya no podía ocultarle la verdad.

—Eso no es asunto tuyo. 

La llave de la cual hablaban era una pequeñísima pieza de diamante. Esta había sido traspasada de generación en generación entre las mujeres de mi familia. Cuando la primera hija llega a la mayoría de edad, la madre le traspasaba el diamante. 

En mi pueblo no eran los hombres primogénitos quienes heredaban el cargo de jefe. Sino que eran las primogénitas quienes elegían al nuevo líder. 

Mi padre era un guerrero de Koatlán. Luchó en las guerras del Archipiélago de Anakalypsi cuando aún era muy joven. Perdió a sus padres a temprana edad y aún cuando la vida le dio golpes muy duros siguió adelante. Un día, en sus viajes alrededor del reino de Koatlán, llegó a Chopka, y por casualidades de la vida, o el destino, rescató a mi madre, la primogénita del jefe en aquella época, de unos bandidos que trataron de robarle. 

La Piedra de los Dioses: La venganza de ZoránDonde viven las historias. Descúbrelo ahora