Capítulo 3

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Chen Yan tenía un estómago de acero.

Liu Kai observó con una pizca de curiosidad que la mujer le ponía a su desayuno todo tipo de condimentos picantes, sin medirse. También bebía el licor como si se tratara de agua pura.

Las uñas de la dama, perfectamente recortadas, estaban pintadas de celeste. Escasas hebras oscuras se escapaban de su peinado e interferían con la plena visión de sus ojos. La luz se divertía jugando con sus broches plateados, creando un festival de colores en la pared. Portaba guantes de lino, con una excepcional flor costurada en medio.

Ese conjunto fue un cuchillo en el corazón y la mente del hombre, que comenzaron a alborotarse gracias a los vestigios de algunos recuerdos. 

Después de un par de minutos, Chen Yan atrapó al pelinegro mirándola, por lo que, con los dedos tamborileando sobre la mesa, él se dedicó a examinar los alrededores. El primer piso estaba casi repleto de huéspedes ricos, lo que indicaba que el lugar era extremadamente elegante, organizado y limpio.

Jarrones costosos decoraban las esquinas, con flores de temporada perfumando el área. De la cocina provenían olores deliciosos, distintos aromas de sazón que derretirían a cualquiera. El único alboroto eran las risitas suaves y ocasionales que un grupo de mujeres proferían a modo de coqueteo. 

—Su comida se enfriará, señor —dijo la dama, limpiándose con una servilleta —. Sólo ha probado una cucharada. Esta compañera se preocupa por su falta de apetito. 

—Pierdo el hambre cuando estoy ansioso —sinceró él sin mucha importancia.

Un brillo compasivo inundó las pupilas de la chica. Cruzó casualmente una pierna sobre la otra, con el semblante fresco y renovado.

—Permítame ayudarlo a disipar su tensión —pidió, comenzando a apilar los cuencos vacíos en una torre torcida. Era una manía que le habían pegado —. ¿Qué sabe usted del libro de las Almas Perdidas?

Liu Kai tosió levemente, confundido por la extraña manera de actuar que tenía la fémina.

—¿Abordaremos el tema aquí, rodeados de testigos?

—Estoy segura que estas personas no vinieron a la posada para espiar conversaciones —respondió ella con ligereza —. De cualquier forma, creerán que sólo somos una pareja que disfruta de los cuentos. O, como máximo, pensarán que estamos dementes.

El hombre gruñó, eso no lo tranquilizaba en ningún sentido.

—Dado que fue usted quien se empeñó en buscarme, debería soltar lo que sabe primero.

Chen Yan esperaba esa petición.

—Bueno, bueno —aceptó sin rechistar —. Pero no abordaré demasiado en temas de mi vida anterior. Iniciaré con que, hace decenas de años, cuando me encontraba en un pueblo al norte, una leyenda estalló entre los habitantes.

—¿Sus grandes conocimientos se basan en historias? —la interrumpió Liu Kai, con una vena en la sien a punto de explotar.

Había esperado que la nueva visitante, la mujer excéntrica a la que le pagó una habitación conjunta la noche anterior, realmente pudiera ayudarlo en sus planes. Fue una desilusión bastante pesada que ella trajera lo de siempre: tontas historias que a través del tiempo han perdido validez.

—¿Tan poca fé me tiene? —inquirió la aludida, sin perder la calma y esa postura agraciada que le encantaba mostrar —. Le pido que escuche mi relato completo, no lo decepcionaré.

—Si es así, continúe, por favor —se inclinó unos centímetros —. Ilumine mi camino, oh, gran diosa de la sabiduría.

Chen Yan ignoró el ápice sarcástico de su compañero y obedeció.

El brujo del velo rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora